Alan Sokal y las imposturas intelectuales

Luciano Álvarez

Esta historia es vieja o actual, según se mire. Hubo un tiempo en el que acepté vivir en el universo intelectual que comenzaba a llamarse postmodernidad. Fue en los comienzos de los años 80 en la francófona universidad de Lovaina, en Bélgica. Si bien tales conocimientos eran imprescindibles para aprobar exámenes, no me atrevería a cometer la hipocresía de afirmar que lo hice a regañadientes. Debo reconocer una cierta fascinación, sobre todo por la vanidosa posibilidad de apropiarme de su lenguaje. El indecible aburrimiento que me producían sus clases y lecturas, contribuyeron a mi liberación.

Por si usted tiene la felicidad de no conocerlo, el lenguaje de un intelectual postmoderno implica -como lo ha dicho mi estimado colega Pablo da Silveira-"el cultivo deliberado de la oscuridad", mediante el abuso de términos poco frecuentados, "largas cadenas de frases subordinadas" y sobre todo los juegos de palabras -en francés esto funciona muy bien- y las palabras reinventadas mediante la sumatoria de guiones y comillas.

Estas últimas suelen ser muy abundantes en cursos y conferencias, representadas mediante el gesto de acercar los dedos índice y mayor y hacerlos titiritear, mientras se enarcan discretamente las cejas. Las frases en suspenso, los "como hubiera dicho…" o la mera conclusión retórica, tampoco pueden faltar.

A propósito, en una ocasión me gané un problema. Un colega, en torno a la mesa de un bar, realizó un intrincado análisis de una película y concluyó: "En medio de tanta frivolidad contemporánea, ¿A quién le importa todo esto?". Entonces emergió el muchacho de barrio, el de las matinés y el fútbol en la calle y le dije que, efectivamente, tenía razón, que a nadie le importaba. Como no estábamos en el barrio, apenas se hizo un silencio antes de pasar a otro asunto importante.

De todos modos me llevó cierto tiempo superar, si es que lo he logrado, la adicción a los guiones, las comillas, los neologismos y las frases subordinadas. Como todo renegado, me cuesta guardar la compostura cuando los alumnos de la universidad parafrasean citas de citas de citas de Baudrillard y Lipovetsky.

En 1996, el "caso Sokal" o "La broma o el engaño Sokal" (Sokal`s hoax), me resultó un inesperado regalo.

Alan Sokal, profesor de física de la Universidad de Nueva York, publicó un artículo en la revista de la Duke University, Social Text, bastión de la izquierda postmoderna. Su título: "Transgrediendo fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica". Sokal apoyaba la tesis según las cuales "la realidad física, lo mismo que la realidad social, es fundamentalmente una construcción lingüística y social", por lo tanto todo intento de estudiar la realidad y buscar una cierta verdad es apenas un artificio de la propia ciencia -"todo es según el cristal con que se mire", dirían en el barrio-, y proponía una física "liberadora" que no se dejara intimidar por un respeto hacia los supuestos hechos objetivos.

Unas doscientas citas y referencias apoyaban el trabajo. La Duke University contaba con dos premios Nobel de física que obviamente no fueron consultados. Sokal tuvo la precaución de publicar otro artículo en la misma fecha, pero en otra prestigiosa revista cultural (Lingua Franca, mayo/junio de 1996): "Un físico experimenta con los estudios culturales".

"Lingua Franca", como "Social Text", se ocupaba de literatura, política, historia y filosofía, pero procuraba sacar las controversias intelectuales de la torre de marfil y ponerlas a disposición de un público educado, pero no necesariamente académico.

En este segundo artículo Sokal explicaba que el primero era una broma, "un pastiche de jerga postmoderna, reseñas aduladoras, citas grandilocuentes y rotundo sin sentido", que se "apoyaba en las citas más estúpidas que había podido encontrar sobre matemáticas y físicas" hechas por algunos académicos tan célebres como Jacques Lacan, Jacques Derrida y Luce Irigaray.

Por fin, Sokal escribió un tercer artículo donde explicaba las intenciones de lo publicado en Social Text. Se presentó a sí mismo como un izquierdista a la vieja usanza, aburrido y cansado "que cree ingenuamente que existen verdades objetivas acerca de ese mundo, y que mi trabajo consiste en descubrir algunas de ellas." Si la ciencia y la verdad se reducen a convenciones sociales donde todo vale, "¿Qué sentido tiene dedicar una vida a la ciencia?". Lo tituló "Transgrediendo fronteras: palabras posteriores", lo envió a la propia Social Text, pero lo rechazaron indignados. Los intelectuales suelen ser poco afectos a las bromas y son capaces de arruinarlas todas, como había constatado Chesterton, mucho tiempo atrás.

En 1997 Alan Sokal editó con Jean Bricmont, un físico teórico belga de la Universidad de Louvain, el libro "Imposturas intelectuales". Allí se formulan una serie de advertencias muy útiles para prevenir a lectores de Jean Baudrillard, Paul Virilio, Jacques Derrida, Gilles Lipovetsky y sus seguidores.

Estos autores se caracterizan por la indiferencia y desdén por los hechos y la lógica, una erudición superficial saturada de términos técnicos propios de las ciencias duras, pero afectados por un contexto incongruente e intoxicación verbal. Sokal y Bricmont les acusan de "utilizar el prestigio de las ciencias exactas para dar un barniz de rigor a su discurso."

El golpe fue certero pero ineficaz. En los cuatro años siguientes la prensa más prestigiosa y no pocas revistas científicas, publicaron cientos de artículos debatiendo sobre el "Sokal`s hoax", pero los autores criticados siguen tan campantes en las bibliotecas y bibliografías universitarias. La revista "Lingua Franca", desapareció en el 2001, nadie la subsidiaba. En cambio, "Social Text" sigue publicándose al amparo de la Duke University.

También es bueno decir que -aunque se amparen en rigurosas metodologías- los profesionales de las ciencias duras no están exentos de disparates, boberías, trivialidades e imposturas. Pero estas son otras historias.

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