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Aliados del nuevo Eje

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La maldición llegó a Uruguay. El perturbador clima que se vive en muchas universidades norteamericanas, donde campea la censura, la intolerancia y el racismo a niveles que recuerdan a los años 30 del siglo pasado en Alemania, comenzó a contaminar el mundo académico uruguayo.

Para ser parte de un curso sobre “la laicidad como problema” a dictarse en la Facultad de Humanidades, se invitó al profesor uruguayo-israelí Alberto Spectorowski, que daría dos de las diez clases que conforman el ciclo.

Spectorowski es politólogo y profesor emérito de la Universidad de Tel Aviv, asesoró a gobiernos laboristas en negociaciones con los palestinos y ha estudiado temas relacionados a religión y laicismo.

Credenciales no le faltan. Sin embargo, el gremio estudiantil de la Facultad cuestionó su presencia por considerarlo “sionista” y “apologista” de Israel en la guerra contra Hamás.

Las autoridades de la Facultad suspendieron por el momento, la realización de ese curso. Se podría presumir que manejan tres posibilidades: hacerlo igual; hacerlo pero sin el profesor; no hacerlo (la segunda opción siendo más vergonzosa que la tercera).

La invasión de Israel a Gaza tras la irrupción del grupo terrorista Hamás que sembró muerte y violaciones a población civil israelí (y llevándose 240 rehenes de los cuales hay unos 130 que siguen retenidos), dejó un tendal de muertos, buena parte de ellos civiles. Pero Hamás, no Israel, quiso que la guerra fuera así. Parapetado en escuelas y hospitales y usando a su propia población como escudo protector, siguió lanzando misiles y exponiendo a su gente.

Israel no tenía, ni tiene aún, muchas alternativas. Si no destruye a Hamás, su población seguirá amenazada. Pese a los intentos de un cese el fuego, Hamás sigue sin liberar rehenes.

Que esta guerra termine depende de Hamás, no de Israel, por más que espante su avance implacable. Para que haya dos Estados en pacífica convivencia, Hamás, Hezbollah e Irán deben terminar con su pretensión de echar a los judíos al mar.

Son grupos que actúan mediante el terror y los mueve su fanatismo. Donde gobiernan, las mujeres no tienen derechos y los homosexuales son ejecutados. Esa es la causa que defienden los estudiantes que cancelan a un profesor en la Facultad de Humanidades y los que protestan en las universidades norteamericanas. Ante el reclamo por el implacable avance israelí, optaron por abrazar las causa tiránica. Su pasión en levantar la bandera palestina, es un desembozado antisemitismo. Una postura, en definitiva, reaccionaria.

Lo que está sucediendo en el mundo académico (allá y aquí) es el resultado de una cultura de la cancelación, en la que por razones absurdas, elaboradas sobre teorías de género o de raza, los estudiantes ejercen el poder de vetar textos y profesores, en muchos casos obligándolos a renunciar o presionando a rectores y decanos para que los expulsen. Estos, atemorizados, responden con imperdonable cobardía. Hacen todo lo contrario a lo que define a una Universidad, donde debería haber libre intercambio de conocimientos, investigación y reflexión.

De la cancelación se pasó, en ancas de la guerra contra Hamás, a un antisemitismo rampante. Y no solo en las Universidades; también en los secundarios norteamericanos surgió una agresiva campaña de bullying a los liceales judíos.

Todo esto no hace más que recordar a la Alemania nazi de los años 1930.

Universidades tan famosas como Harvard o Columbia cayeron en un profundo desprestigio. Igual suerte corre la Facultad de Humanidades, que de todos modos ya tiene su historial de sesgo ideológico, aunque en teoría del signo contrario.

En el mundo académico las banderas tradicionales eran defender las causas sociales, solidarizarse con los regímenes autoritarios “de izquierda” y defender su libertad.

Hoy la vehemencia es similar, basta ver lo que sucede en las Universidades norteamericanas o con el gremio estudiantil en Uruguay, pero cambiaron las causas. Quizás como antes, sigan simpatizando con Rusia, solo que ya no es ni soviética ni comunista, sino fascista y ultranacionalista.

En sus protestas no hay condenas contra una Rusia prepotente decidida a conquistar Ucrania. Elaboran teorías surrealistas para defender los genuinos derechos de las mujeres, los gays o los trans y sin embargo se embanderan con causas reaccionarias que desprecian esos mismos derechos. En su soberbia creen que solo hay una única verdad y ella es simpatizar con las teocracias dogmáticas que ejecutan homosexuales, desprecian a sus mujeres y quieren eliminar a los judíos de la faz de la tierra.

Con Irán, la Rusia de Putin, China y las dictaduras de América Latina, se está formando un “eje” de ultraderecha, al estilo del que giró en torno a Hitler hace un siglo atrás.

A ese eje se han aliado estos grupos estudiantiles, con su cancelación, su racismo, su antisemitismo y su ganas de ser seducidos por los más atroces regímenes.

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