El esperanto progre

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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Si vamos a hablar del llamado “lenguaje inclusivo”, lo primero que hay que aclarar es que no es válido rechazarlo por contradecir un mandato de la Real Academia Española (RAE). El consenso contemporáneo es que las academias de la lengua no tienen una función prescriptiva sino descriptiva.

Dicho en otras palabras: en lugar de pontificar sobre lo que está bien y lo que está mal, deben describir la riqueza lingüística, en su constante transformación. Por eso, la RAE está incorporando todo el tiempo nuevos vocablos a su diccionario, porque en lingüística, lo único permanente es el cambio. Hubo épocas en que la manera protocolar de dirigirse a una persona era llamándola “vuestra merced”. La expresión evoluciona a “voaced” y llega hasta nuestros días en su versión “usted”. Lo mismo puede decirse hoy de la enorme cantidad de anglicismos que se han incorporado al diccionario de nuestra lengua, no porque se carezca de vocablos equivalentes en español, sino porque el habla cotidiana los ha incorporado en la práctica, pasando por encima de cualquier celo erudito.

El problema no es rebelarse contra leyes que no son tales. Muchos grandes escritores han inventado palabras, desde Cervantes hasta Anthony Burgess. Otros tantos han pervertido reglas ortográficas y hasta de puntuación, con resultados magistrales (Samuel Beckett en “Malone muere”, García Márquez en “El otoño del patriarca”). En el habla y en la escritura todo vale, no me vengan con que hay una manera correcta o incorrecta de expresarse, porque eso echaría por tierra buena parte de la cultura universal.

Mi problema con el lenguaje inclusivo es que no surge ni de la libertad creativa de los escritores ni del devenir natural de la lengua. Es más compartible que la RAE incorpore palabras del habla “ñeri”, porque son creadas de manera espontánea por un grupo social, a que lo haga con una distorsión del lenguaje inventada por un pequeño grupo de iluminados con el fin de reparar una supuesta injusticia ideológica, de la que el idioma es totalmente inocente.

Esto del lenguaje inclusivo me recuerda mucho a la ilusión del esperanto: un oftalmólogo polaco del siglo XIX hizo realidad su fantasía de generar un idioma que entendiera todo el mundo y, por tanto, favoreciera a la paz y el entendimiento entre las distintas culturas.

Tan nobles objetivos devinieron en un logro bastante menos espectacular.

El esperanto se estudia hoy como mera curiosidad lingüística, con seguidores entusiastas en distintos países que se entretienen con el tema como lo harían si fueran aficionados al ajedrez. El error del buen oftalmólogo consistió en creer que la paz se obtendría modificando el lenguaje, y el de los ideólogos actuales de “todes”, en que cambiando una letra a los sustantivos se alcanza la equidad de género y el respeto a la población trans. Ambos incurren en la ingenuidad de invertir las relaciones de causa-efecto. No es el lenguaje el que tiene que cambiar para que se modifique la injusticia de la sociedad: es la sociedad la que tiene que variar su conducta. Y suponer que eso se logrará distorsionando la manera de expresarse es, en el mejor de los casos, de una ingenuidad absoluta, y en el peor, demostrativo de una combinación letal de ignorancia y soberbia.

Mientras no pocos amigos míos escriben en las redes palabras como “chiques”, “todxs”, etc., este país sigue siendo el que ostenta los más vergonzantes récords de femicidios y violencia intrafamiliar. ¿Alguien cree que esto se arregla hablando raro? ¿Alguien piensa que la insanía criminal de algunos hombres se borrará si se cancela la posibilidad de que el sustantivo masculino sintetice a los distintos géneros?

Es la misma cabeza desvariada que cree que censurando un libro o una película, se extirpará de la sociedad el comportamiento negativo que esa obra denuncia. Como ese director de ópera que en Italia cambió el final de “Carmen” de Bizet, haciendo que fuera ella quien asesinara a su amante, y suponiendo con esto que estaría dando un buen mensaje contra la violencia de género. No da para reir, la verdad. Al contrario, a esa ridiculez hay que rechazarla con ira, porque frivoliza en forma demagógica el verdadero y trágico flagelo del femicidio.

En Uruguay, este lobby buenista de resultados intrascendentes ha obtenido éxitos en su institucionalización: me cuentan de una tesis de grado que fue rechazada por un tribunal universitario, por no estar escrita en lenguaje inclusivo (habría que tirar para atrás entonces toda la obra de Vaz Ferreira, Ardao y Real de Azúa).

Y desde 2010, parece que es mandatorio utilizarlo en las comunicaciones de la Intendencia de Montevideo.

Creo que quien mejor comentó tamaño desaguisado fue el ex frenteamplista Esteban Valenti, en el reciente tuit donde les pide que “levanten la basure de los taches que se están desbordand@ y nos van a tapar a todes”.

La verdad es que se extraña un gobierno departamental más dedicado a los verdaderos problemas de la ciudad y su gente, y menos a las frívolas modas progres.

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