El pasado 9 de diciembre, la legendaria Plaza de Toros del Real de San Carlos reabrió sus puertas, tras 109 años de inactividad
Para mí fue un acontecimiento sorprendente, porque recuerdo haberla visitado de niño en 1970 (cuando aún no se había prohibido el ingreso por los riesgos de derrumbe) y tengo bien presente la desazón que me provocó ver el pasto del ruedo sin cortar y la mugre acumulada en gradas y paredes. Esa imagen era una metáfora del Uruguay de la crisis política y económica de aquellos tiempos: vestigios lastimosos de un viejo esplendor. Una cultura de convivencia que se había descuidado hasta dejarla decaer, ante la indiferente vista de todos.
Hay que ponerse en la piel de aquel imponente Nicolás Mihanovich: construyó un inmenso complejo para acrecentar el valor turístico y cultural de la ciudad, que conservaba un invalorable casco histórico. Además de la plaza de toros con su pintoresco diseño mudéjar, erigió un frontón de pelota, un hotel casino y su propia usina de energía eléctrica.
Lo de la plaza no le dio rédito, porque en 1912, apenas dos años después de su inauguración, el presidente Batlle y Ordóñez prohibió las corridas de toros, entre otras leyes que colocaron a Uruguay en la vanguardia de las naciones progresistas del planeta.
Si la obra hubiera estado en Montevideo, seguro que le habrían colocado unos cuantos cartuchos de dinamita para pulverizarla, brindar por ello con champagne y construir algún cuadrado faraónico para mayor gloria de sus gestores.
Como está en Colonia, un departamento cuyos habitantes son profundamente respetuosos de su historia y tradiciones, corrió mejor suerte.
El intendente Carlos Moreira, que ya había propiciado en su primer mandato la designación de Colonia del Sacramento como Patrimonio Cultural de la Humanidad por parte de la Unesco, recuperó el hotel del complejo Mihanovich para instalar allí una sede universitaria y, después de esta reapertura del Real (ya a la altura de su cuarto período al frente del departamento), seguirá adelante reanimando los restantes bienes patrimoniales.
No habrá corridas de toros, claro, pero en lugar de abominar de esos atavismos culturales, echando mano a la cancelación que está tan de moda, se establecerá allí un museo taurino, para resignificarlos y hacerlos conocer a las futuras generaciones. Como tampoco cabría rechazar, por un prejuicio animalista, la fuerza poética del Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía de García Lorca.
Quienes hemos insistido desde estas páginas en la defensa del patrimonio arquitectónico nacional, con la remodelación de la Plaza de Toros respiramos aliviados.
Veníamos de una seguidilla siniestra: casas patrimoniales en Pocitos Viejo demolidas sin asco, para suplantarlas por edificios tipo caja de zapatos; la torreta y el original frontispicio de Assimakos, derrumbados en cuatro días a cambio de una módica multa municipal, y lo mismo con el Hotel San Rafael, que era un testigo viviente de un Uruguay cultural que irradiaba su prestigio al mundo entero…
La política patrimonial parecía haberse convertido en una competencia a ver quién era más insensible a la tradición y quién procuraba más lucro con la destrucción de valores humanistas.
Por eso esta reinauguración del Real de San Carlos tiene tanta importancia. No solo porque costó menos del 10% de lo que se llevó de nuestros bolsillos el Antel Arena. Fundamentalmente porque sus impulsores entendieron el valor patrimonial de la obra y lo respetaron, afirmando su estructura en lugar de derribarla y haciendo convivir armónicamente lo nuevo con lo viejo.
Con sensibilidad, la Intendencia de Colonia efectuó la restauración de solo una parte de las gradas, para que el otro sector pudiera verse en su estado original, como un testimonio histórico que no impide que el área refaccionada habilite un aforo de más de 2.000 personas.
Los festejos de reapertura incluyeron espectáculos presentados por artistas colonienses, con gente querida como la cantante Valeria Lima y el director teatral Eduardo Grosso. Es un pueblo que se declara orgulloso de su tradición histórica y cultural. Que estando apenas a media hora de barco de una metrópolis tan influyente como la capital argentina, no olvida su propio acervo y lo protege con pasión.
Es más que una buena noticia. Es la metáfora de un camino que debemos retomar todos los uruguayos.
Renovar nuestra oferta cultural hacia el mundo, pero no a través de una adopción acrítica de modelos ajenos, sino atentos a nuestra identidad.
Como en aquellos viejos tiempos en que los arquitectos a cargo del proyectado Madison Square Garden, visitaron nuestro país para conocer el original diseño del techo del Cilindro Municipal, que creó Leonel Viera.
“Recuperamos para la cultura un monumento histórico que se caía: es un símbolo de los colonienses y de Uruguay”, declaró el arquitecto Walter Debenedetti a la revista Galería.
Y de eso se trata: de rehabilitar una cultura decaída. Algo muy distinto a romperla e improvisar una nueva.