Propongo al lector un descanso de tanto coronavirus. Hablemos por un rato de un creador que no fue ajeno a las pestes y al perjuicio sobre su economía personal y familiar que estas produjeron. Hablemos de William Shakespeare.
La elección no es casual: si algo ha tenido de saludable este aislamiento forzoso es que me ha permitido reencontrarme con esta pasión de mi juventud. La emoción de aquellas puestas de Hamlet y Otelo que vi cuando era adolescente, dirigidas Jaime Yavitz en el Solís con la Comedia Nacional. Las clases sobre Macbeth de mi inolvidable docente de literatura Ivonne Uturbey. Mi acto de inconsciencia juvenil de haber montado esa misma tragedia con público itinerante, allá por los años 80 en el Teatro del Anglo...
Todos esos recuerdos se agolpan en mi mente cuando reaparece ahora el gran dramaturgo y poeta ante mis ojos. Estoy asistiendo a un curso en línea que imparte mi amiga Claudia Díaz Bergallo, sobre los más recientes descubrimientos acerca de la vida de Shakespeare. Y felizmente, entre tanto deleznable Rápido y furioso, la programación de la televisión para abonados me sorprendió con la serie de la BBC Shakespeare uncovered, que en cada capítulo analiza en profundidad una de sus obras, mostrando escenas de distintas versiones filmadas y recabando la opinión tanto de investigadores como de actores que las protagonizaron. No dejen de verla. Más allá de su valor didáctico, la serie da cuenta todo el tiempo de la impresionante vigencia de estos clásicos. Como la escena de Medida por medida en que Isabela clama por la vida su hermano ante Angelo, que lo ha condenado. Angelo, apasionado por ella, condiciona el perdón a una transacción perversa: “No morirá si me das tu amor”. Ella enfurece: “Te denunciaré, Angelo, piénsalo bien. Fírmame inmediatamente el perdón de mi hermano o a voz en cuello gritaré ante todo el mundo qué hombre eres”. La réplica del acosador es de una actualidad paralizante: “¿Quién te creerá, Isabela?”
Más de 400 años después de escrita la obra, la pregunta de ese personaje sigue repicando en la conciencia de la Humanidad, tanto en países autoritarios donde la mujer continúa siendo considerada un objeto, como en los occidentales, donde recién ahora movimientos como el Me too están empezando a desbaratar prácticas de acoso naturalizadas a todos los niveles.
En estos días, la compañía del Shakespeare´s Globe está liberando en su canal de YouTube los registros de sus espectáculos. Ahora mismo puede verse una audaz versión de Hamlet. El interés de estas puestas es que se hacen a la usanza de la época del poeta, en un Teatro del Globo reconstruido a ese efecto en la capital inglesa. En estos registros es interesante ver el vínculo que se entabla con el público. Contrario al populismo cultural pueril que ha instalado la idea de que Shakespeare y todos los clásicos son aburridos, vale la pena ver la adhesión entusiasta de la gente ante las peripecias argumentales de sus obras, realizadas sin escenografía, escasa utilería y ningún otro adorno que enmascare el talento interpretativo de los actores y la adorable musicalidad del verso shakesperiano.
También en esta semana uno de los canales de HBO está difundiendo la preciosa película de Kenneth Branagh All is true. El insigne actor inglés protagoniza y dirige una crónica de los últimos años de vida de Shakespeare, cuando debe regresar a la casa familiar de Stratford, porque en Londres un incendio redujo su teatro a cenizas. Este Shakespeare inesperadamente doméstico asoma en la plenitud de su grandeza y sus miserias, llorando la muerte de su hijo Hamnet a los 11 años, mal conviviendo con su esposa (que interpreta Judi Dench) y sus hijas mujeres y retomando un ambiguo vínculo con el Duque de Southampton. En esta escena, el gran Ian McKellen pronuncia el mejor monólogo de la película: una reflexión sobre lo efímero de la belleza física, pero cómo puede volverse paradójicamente eterna al haber sido celebrada por la poesía.
También anda en la vuelta de las programaciones de cable la oscarizada Shakespeare in love, con guion de Tom Stoppard e ingeniosas invenciones que entrecruzan datos reales del poeta con otros imaginados. Al principio de esa película, el empresario teatral en decadencia que interpreta Geoffrey Rush suplica a Shakespeare que termine de escribir rápido su nueva obra, porque la cancelación de los espectáculos públicos debido a la reciente peste lo convirtió en presa favorita de prestamistas y acreedores... Otra sorprendente similitud entre ayer y hoy, que vuelve a echar por tierra el prejuicio de que los clásicos no son aplicables a nuestra cotidianeidad del siglo XXI. Es que mientras existan en el mundo tiranos asesinos, amores no correspondidos y avatares inesperados del destino, Shakespeare seguirá vivito y coleando entre nosotros. Será porque aunque pasen los años, las décadas y los siglos, “estamos hechos con la misma tela que los sueños”.