Si de algo ha servido la invasión de Rusia a Ucrania es para que quede claro quiénes están del lado de la víctima y quiénes del agresor. Así fue cómo el propio presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, definió a los actores de una guerra que ya sobrepasa el año cuando se reunió con el papa Francisco
Como parte de su reciente gira europea que lo ha llevado a Alemania, el Reino Unido, Francia e Italia, en la parada que hizo en el Vaticano Zelensky le pidió al Pontífice que los apoye de manera explícita, algo que contraviene una vieja política de la Iglesia católica de no tomar partido abiertamente a la vez que interviene como mediadora (o al menos aspira a ello) en grandes conflictos.
En el frente de América Latina, donde, por otro lado, esta guerra no representa la amenaza que se siente en el patio de Europa, países como Brasil y Colombia han marcado distancias inquietantes a la hora de situarse con la “víctima” o con el “agresor”.
Para ser más precisos, los actuales mandatarios de estos dos países dan rodeos que, a la larga, pueden tener un coste. En dos viajes de Estado recientes a España, tanto el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva como el colombiano Gustavo Petro perdieron la oportunidad de colocarse en el lado correcto de la historia. A su paso por Madrid a finales de abril, quedaron claras las diferencias entre Lula y su homólogo español, Pedro Sánchez, en lo que respecta al conflicto Rusia-Ucrania. Lula afirmó que en este conflicto no se necesita “un ganador”, reacio, en todo momento, a señalar a Putin como el responsable de una carnicería innecesaria. En su estancia en suelo español el presidente brasileño también tuvo que escuchar las palabras del rey Felipe VI, quien, al hacer alusión a la guerra en Ucrania, puso énfasis en la defensa de la “soberanía e integridad territorial”.
Si Lula se marchó de España con una imagen empañada por su tibieza y, en su papel de mediador, predispuesto a ser más benevolente con un gobernante como Putin que con un jefe de Estado como Zelensky, tres cuartos de lo mismo le ocurrió a Petro unas semanas después: a principios de mayo el presidente colombiano pasó por España en una visita oficial que no estuvo exenta de polémica. Además de un discurso anticolonialista que apela a agravios del pasado y que no sentó bien a sus anfitriones, siguió el patrón de Lula en relación a la complacencia con el Kremlin.
Echando balones fuera con el fin de evitar condenar a Putin, Petro hizo paralelismos con otras invasiones como la del Reino Unido a las Malvinas o Estados Unidos a Granada.
Desde la trinchera de sus ambigüedades tanto Lula como Petro han elegido estar con el “agresor” y no con la “víctima”. Seguramente priman los intereses económicos en un tablero geopolítico que ahora se dirime entre las alianzas con Estados Unidos o con China. Brasil importa el 85% de los fertilizantes que necesita, y de Rusia importa el 23% de este total.
Pero es Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea, quien pone el dedo en la llaga que pretenden ignorar Lula y Petro: “Si quieren paz, presionen a Rusia para que se retire, presionen a Rusia para que pare la guerra. No me digan que deje de apoyar a Ucrania”. O se está con la víctima o con el agresor. No hay término medio.