Hay dolor en América Latina. Hay rabia, hay frustración, hay desengaño.
Y si existen esos sentimientos en un continente tan rico, tanto en términos naturales, culturales o antropológicos, es porque los gobiernos no han podido dar respuestas que cambien una triste realidad: somos la región más desigual del planeta.
Es inevitable que en ese contexto no brote permanentemente una visión crítica como consecuencia natural de esa coyuntura eterna de crisis. Máxime si hay quienes ven en ella la posibilidad de estribar proyectos políticos
Hay realidades tan duras como innegables. Hay preguntas que duelen.
¿Cuántas generaciones se necesitan para la movilidad social en Colombia y cuántas en Noruega? En Colombia once, y en Noruega una.
¿La esperanza de vida de una mujer en un barrio pobre de Chile es menor que otra en un barrio rico del mismo país? Si, dieciocho años.
Brechas que duelen, que rebelan. .
Un continente con discriminación racial, con postergación de poblaciones indígenas, con guerrillas y grupos paramilitares, con países donde el Estado retrocede y cede territorio ante el avance del narcotráfico. Vuelvo a preguntarme ¿es posible creer que no habrá reacciones populares? Es inevitable, solo falta alguien que encienda la mecha, porque las condiciones están dadas.
Hace unos días estaba en Colombia, presenciando las Elecciones que llevaron a Gustavo Petro a ser el Presidente electo de los colombianos. Y vi como las fórmulas se repiten, porque se repite el terreno que resulta fértil a un populismo manipulador e inviable, pero extremadamente seductor a los oídos de ciudadanos dolidos y desesperados por un cambio.
Ante la desesperación aparecen los portadores de la cura milagrosa a todos los males, y como la medicina tradicional no ha funcionado la pregunta (que es respuesta) parece obvia: ¿por qué no?
Conozco bastante este continente, lo he recorrido , he visto sus evoluciones y sus involuciones, tengo amigos desperdigados en toda América Latina y aún así cada día la comprendo menos.
Se repiten fórmulas que llevan al fracaso, una y otra vez. Ni siquiera se molestan en maquillarlas. Simplemente las repiten con vehemencia como si así se volvieran (esta vez sí) viables.
Petro propuso control de precios, renta básica, pensiones a diestra y siniestra. Como si eso no fuera la hoja de ruta perfecta al despeñadero económico del país.
Proponía una transformación radical del modelo económico y cambio de la matriz energética desde la lucha contra los hidrocarburos, pero sin contestar cómo eso afectará la industria del petróleo y el gas, las fuentes de trabajo, los ingresos por impuestos (el principal en ese país viene de ese rubro) ni cómo lo va a sustituir ni de quien va a depender ahora. Pero parecía no importar, la expresión voluntarista parecía demasiado seductora como para hacerse preguntas incómodas sobre la viabilidad de las propuestas.
Plantean reformas tributarias, que más bien son tribuneras. Que espantan al capital y generan el consecuente desempleo. Plantean emitir moneda mágicamente sin que ello les pudiera repercutir en una inflación galopante y una depreciación de la moneda que daña irreparablemente la economía.
De la mano de esas acciones suelen venir el subsidio a organizaciones sociales afines que los ayudaron a llegar.
Este contexto es el que desmotiva la inversión y espanta a los capitales, que se fugan perseguidos por un aparato estatal insaciable.
Hablan de reforma agraria pero sin contenido ni planificación estratégica.
El resultado de esos manejos es la carencia de recursos para educación, infraestructura y seguridad. En este punto los más vulnerables, que reclamaban lo que hoy falta en exceso, dejaron de ser un botín electoral para ser los más perjudicados de una fórmula que estaba llamada a ser un exitoso fracaso.
Y en ese contexto el debilitamiento institucional se apodera de la sociedad toda. El exceso en el uso de decretos y la exacerbación de figuras presidenciales mesiánicas se instaura. Y para consolidarlo y buscar la legitimidad se recurre a la movilización popular y uso abusivo de mecanismos de democracia directa.
Proclaman ser anti-stablishment siendo que son parte del mismo. Hacen política con la anti-política, defenestrando los partidos (mínima garantía de saber qué proclama esa fuerza, qué piensa y hacia donde pretende ir).
Generan movimientos que siguen una persona más que una idea. Militan el “que se vayan todos”. Eso sí, todos menos ellos.
América Latina es rehén de los vaivenes ideológicos, y en esos giros a veces se encuentran rupturas al modelo occidental de democracia liberal. Quiebres que rompen los equilibrios de poderes, que se quedan (intencionalmente) sin contrapesos y concluyen en un modelo sin identidad.
Modelos maniqueos que alimentan el enfrentamiento y la polarización, narrativas perversas que construyen dinámicas de buenos contra malos, oligarquía contra pueblo y ricos contra pobres.
Rompen, quiebran, alimentan odios y decepciones.
Ofenden la democracia, generando falsas expectativas que en lo único que resultan es en frustración y protesta en las calles (pregúntenle a Boric por su estrepitosa caída de popularidad). Mientras tanto todo sigue igual, todo culmina como empezó, pero peor. Con más frustración, más dolor, más rabia, más pobreza y más desigualdad. Las fórmulas se reinstauran como un “loop” sin fin en una América Latina que se repite a si misma que va a cambiar pero siempre recae en las mismas fórmulas, de las que solo parece escapar Uruguay.
Un país que, más allá de las diferencias, debemos cuidar, proteger sus fortalezas institucionales, su seguridad jurídica y su estabilidad financiera. Sin pasar ciertas líneas de las que no se vuelve, siendo todos los demócratas celosos custodios de la República, esa que merece nuestros mayores desvelos.