Amigos lejanos

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Pronto se cumplirá un año de la agresión de Rusia, injustificada e ilegal, contra Ucrania. El costo de la guerra es enorme. La crisis también tiene consecuencias políticas fundamentales. La primera es el naufragio de la ilusión de que el establecimiento de relaciones económicas y la cooperación podían conducir a Rusia en la dirección de un desarrollo pacífico y armónico con Europa. La segunda es el fracaso de las Naciones Unidas. El Consejo de Seguridad está paralizado y las declaraciones de la Asamblea General, bien intencionadas, es cierto, son olímpicamente ignoradas por Rusia.

Cuando se debilita la fuerza de la razón, adquieren preeminencia las razones de la fuerza. La independencia de Ucrania es defendida por su heroico pueblo y el armamento que le suministra la OTAN, liderada por los Estados Unidos.

Los hechos subrayan la importancia de seguir una política exterior realista. Lo que nos lleva otra vez, al pensamiento de Luis Alberto de Herrera.

El caudillo civil blanco destacaba la importancia de tener amigos fuertes pero lejanos.

Esbozó esa idea por primera vez en “El Uruguay Internacional” (1912) y la desarrolló en su discurso pronunciado en el Senado en ocasión del debate sobre la instalación de bases militares en nuestro país. El debate tuvo lugar en 1940, cuando Alemania y el Eje se llevaban el mundo por delante, y en medio de una apasionada discusión interna. Mirado desde la perspectiva que aseguran la distancia en el tiempo y un mejor conocimiento de los acontecimientos de aquellos años, nos parece que el pensamiento de caudillo blanco era sensato. Y, también, que fue bastante más matizada de lo que suele reconocerse.

En el Senado, Herrera afirmó que era “resueltamente opuesto a las bases” y afirmó que “sentía inquietud ante el crecimiento de Estados Unidos”.

Sin embargo, continuó, y vale la pena repetirlo porque a veces parecemos olvidarlo: “El Uruguay debe procurarse buenos amigos; los más que pueda conseguir. Lo son, desde luego las repúblicas hermanas por origen, por fraternidad y por el espíritu moderno de americanismo: pero es deseable que también lo sea alguien que esté bastante lejos, para no inspirarnos temor, y que posea bastante poder, para que con un gesto detenga el atentado que pretendiera someter nuestros destinos”. Y agregó: “creyendo más en los hechos que en las palabras… me ratifico en que nuestro Uruguay debe cultivar la amistad de los Estados Unidos, pero sin el menor desgarro de soberanía…”

Desde el origen del Estado Oriental hasta la Primera Guerra Mundial, el amigo poderoso y distante fue Gran Bretaña, la potencia naval dominante.

Ahora ese rol estaba siendo asumido por los Estados Unidos. Ambas actuaban en defensa de sus propios intereses. Pero, en ciertos momentos y situaciones, estos coincidían con nuestro interés fundamental de mantener la independencia del Estado oriental.

Supongo que esa perspectiva de las relaciones internacionales rechina con la imagen optimista que algunos tienen de la “patria grande” y con la visión de quienes consideran que es posible separar las relaciones comerciales de las políticas.

Pero, me permito recordarles, como un argumento a favor de la prudencia de cultivar aquella amistad, la reunión que tuvo en abril de 2011 el presidente Tabaré Vázquez con el presidente George W. Bush, en Anchorena.

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