Anestesia general

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Hace ya algunos años y seguramente a partir de la experiencia de la izquierda uruguaya como gobernante de este país, se ha consolidado un Uruguay autocomplaciente de sus medianías, consensos, institucionalidad y calidad democrática.

Esta autocomplacencia sobre las características del Uruguay se ve reforzada de manera recurrente, por la prensa y rankings internacionales que enaltecen al Uruguay, lo cual provoca un regocijo nacional con especial empalagamiento en ciertos actores relevantes de la sociedad.

Es así como hay un gran porcentaje de políticos, académicos, técnicos, periodistas, editorialistas, panelistas de programa de televisión, entre tantos otros que han logrado una mancomunidad en entender que Uruguay es un país amigable, con muchos desafíos, pero administrables y sin urgencia.

Todo ello en un marco de altos niveles de armonía social y desarrollo democrático.

Si bien esta frecuencia de pensamiento tiene elementos reales, debo manifestar que su efecto anestésico está provocando consecuencias devastadoras en el futuro del Uruguay.

Gran parte de nuestra elite política (sin distinción partidaria), académica, burocrática, profesional y de “formadores de opinión”, sienten que Uruguay es un país afable para con su gente.

Sin embargo, Uruguay ha demostrado de manera flagrante que, a pesar de tener enormes ventajas para lograr desarrollo y bienestar, como los son: pequeña escala, amable geografía, estabilidad institucional y una excelente herencia de integración social, tiene enormes carencias en talento y esfuerzo humano. Seguramente es por ello que, a pesar de todas nuestras ventajas comparativas, seguimos siendo un país del tercer mundo, con todas sus características a pleno. Ser conscientes de nuestras limitantes como pueblo es un paso relevante para ser mejores.

Algunos pocos ejemplos; cada vez hay más uruguayos que no son empleables, el desafío es más grave que crear empleo, aun creándolo existe una parte de nuestra población que no ha podido adquirir las habilidades mínimas educativas y culturales, para ser empleable. Aun mucho más grave es la situación si hablamos de poder aspirar a empleos de calidad, habiéndolos no hay población suficiente con las capacidades para tales empleos.

Caminar por el centro y ciudad vieja, nos muestra una sociedad “quebrada” y un territorio central con escaso control institucional. El cúmulo de situaciones que suceden en el área central de la ciudad capital es alarmante; suciedad endémica, edificios vandalizados, uruguayos que consumen drogas de manera habitual frente a todos, personas utilizan de baño y vivienda la vía pública, violentos conflictos y delincuencia. La situación es una enorme tragedia para aquellos que la Sociedad ha dejado al costado del camino, así como para la señora jubilada que debe vivir sus últimos años en Colonia y Andes, tolerando todo tipo de excesos y situaciones violentas; viviendo con miedo.

En un país con niveles medios de exigencia y nivel en sus elites, estaría funcionando un “task force” entre gobierno nacional, departamental, mundo empresarial, organizaciones religiosas y sociedad civil, para con un plan de shock, empezar a revertir tan dura realidad. Sin embargo, nos hemos acostumbrado al pase de facturas coyuntural, diagnósticos y escasas medidas que -aunque bien intencionadas- no dejan de ser absolutamente aisladas para el drama social y de convivencia que se ha instalado en el corazón civilizatorio del Uruguay.

Adicionalmente, el narcotráfico sigue creciendo, recaudando, reclutando y quebrando barreras de prejuicio en prime time, al mismo tiempo que asesina directa e indirectamente a diario. ¿Cuánto falta para que el narcotráfico quiera dar un paso más y empoderarse con actos que realmente amedrenten a la institucionalidad? ¿Y nuestra institucionalidad, esta preparada, tiene los medios y el coraje necesarios? Solo hay que mirar lo que sucede en Rosario o en Ecuador; mientras se gesta el desastre muchos estamos anestesiados.

Seguro, muchos pensarán que esta es una visión muy negativa de nuestra realidad, y por momentos lo comparto. Ahora, si nuestras elites siguen anestesiadas porque el Uruguay es amigable con ellos mismos, difícil será que tengan un acto tal de rebeldía interno que permi- ta encarar las profundas reformas que este país requiere para abandonar el letargo somnoliento en el cual algunos creemos que nos encontramos.

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