Este año se pasó volando”, dirán algunos. “Este año pareció un siglo”, dirán otros. Pero la cuestión es que, más allá de la relatividad en la percepción del tiempo, ya transcurrió el primer año de gobierno de Luis Lacalle Pou y la coalición que lidera.
Tiempo perfecto para pararse en los estribos, mirar hacia atrás con reflexión y hacia adelante con optimismo. Y creo que hay tres cuestiones ineludibles en esa mirada: pandemia, LUC y coalición.
Un año signado por una pandemia que ha golpeado en la sociedad con mucha fuerza, afectándola sanitaria, económica y anímicamente. Y por lo tanto ha puesto a prueba a un gobierno que a las dos semanas de asumir tuvo que enfrentar una situación inimaginable.
Pero los problemas no definen a las personas, tampoco a los gobiernos. Los define cómo hacen frente a ellos. Y sin dudas ha sido un problema de gran complejidad e incertidumbre, pero también una oportunidad. Oportunidad de mostrar de qué está hecho el gobierno, de permitir que los uruguayos juzguen por lo que hace una coalición en ejercicio de un mandato popular y no por las interpretaciones tendenciosas que de ella pueda hacer una oposición.
Estos tiempos han permitido mostrar transparencia y frecuencia al comunicar (al punto de que a la oposición le moleste, cosa llamativa en democracia), sensibilidad al interpretar y determinación al ejecutar. Ha sido un gobierno que no duda al actuar y que ha dejado claro cual es el faro de su filosofía: la libertad. Esa libertad reveladora que incomodó a algunos y jerarquizó a otros, al permitir que mostraran con hechos cómo reaccionaban ante la adversidad, sacando lo peor de unos pocos y lo mejor de muchos.
Este gobierno no cobró al grito de quienes pedían desde la tribuna cuarentena obligatoria. Apostó al ejercicio de la libertad individual como premisa fundamental de una convivencia colectiva. Confió en la ciencia como insumo de la Política, que es optar por el profesionalismo en lugar del “talenteo”, convocó a los que saben y no a la “barra” y así logró que ese paisito al sur de América empezara a colarse sin pedir permiso en los titulares de los más prestigiosos medios internacionales como un modelo de gestión de la crisis. Sí, en este año Uruguay empezó manejando correctamente “las perillas sanitarias y económicas”, a ser noticia en el mundo y no por fútbol, por política de la seria.
Ha sido un año donde el gobierno concretó dos grandes leyes, como son la Ley de Urgente Consideración y la Ley de Presupuesto.
Y gracias a la primera sin dudas se están viendo los avances en los temas que importan a los uruguayos. La seguridad ha mejorado, y no solo se nota en índices objetivos, sino que se percibe una nueva concepción de autoridad, que respalda a quienes la ejercen, da paz a los ciudadanos y no da tregua a los delincuentes.
Una ley que traduce en herramientas la concepción de una coalición de gobierno (y al menos en un 52% en el Senado y 48% en la Cámara de Diputados la de la oposición, que la votó). Una LUC que incomoda a una oposición errante, que quiere derogarla pegándole como un niño vendado a una piñata. ¿Cómo hacen para pararse en contra de 135 artículos de la más variada índole y de los cuales 4 incluso votaron a favor?, ¿a qué le pegan? Porque no es una entidad homogénea, es un colectivo variado que se les ha dificultado explicar y definir, quedando en offside en su real intención (que a nadie sorprende) de que la recolección de firmas es una excusa, un instrumento funcional a un ejercicio militante en contra de un gobierno. Pero que más allá de que nadie discute la legitimidad de hacerlo, parece desnudar debilidades, ya que es una postura de la cual se han desmarcado algunos sindicatos, y dentro de la oposición tampoco todos cinchan parejo. Tal vez sea por extemporáneo, porque en vez de poner el hombro en medio de una crisis ponen el palo en la rueda. Tal vez por inoportuno, porque la gente tiene el foco en otras preocupaciones. O tal vez simplemente porque es muy difícil atacar una ley coherente, popular y genuina desde su respaldo popular.
Este año evidenció la fuerza de la LUC y la dificultad de socavarla.
Este primer año de gobierno también ha sido el campo de entrenamiento de una joven coalición, que da sus primeros pasos en un proceso de conocimiento y reconocimiento. Donde ha rendido examen frente a terceros pero también hacia dentro, en un proceso de afianzamiento que la oposición quiere debilitar.
La coalición nació para gobernar, no para pensar igual en todo. Las diferencias la nutren, no la debilitan. Porque la gente gritó fuerte y claro “¡únanse!”, y en ese mandato es que está la obligación de madurar, tolerar, respetar y aceptar al que piensa distinto, en un ejercicio de honestidad intelectual que viene a enriquecerse del pensamiento distinto, sin “manu militari” ni condenas a otras voces.
El país ya sufrió demasiado durante quince años de malos gobiernos. Esa es la realidad que alimenta el mandato que nos interpela y nos prohíbe distracciones menores.
Detenerse en las diferencias, que son pocas, y no enfocarse en las coincidencias que son muchas y muy importantes, sería quedarse mirando el árbol en vez del bosque. Y las urnas sin dudas evidenciarán en cuatro años qué estuvimos mirando.
Resumiendo, como decía la canción de Sabina, en el esquema de la política uruguaya tenemos una gestión del Presidente Luis Lacalle Pou con una aprobación del 64 %, según la última encuesta de Cifra.
Por otro lado tenemos una oposición que, haciendo uso de un claro ejemplo de la teoría de juegos, no entiende que esto no es un juego de suma cero. Creen que se beneficiarán en una posición no cooperativa en que la ganancia o pérdida de un participante se equilibra con exactitud con las pérdidas o ganancias del otro participante. La oposición cree que echar leña al fuego en medio de una época compleja les dará rédito político, creen que alentar movilizaciones en medio de una pandemia los beneficiará, creen que lo que pierda el gobierno lo ganarán ellos.
Se equivocan, vamos todos en el mismo barco, en vez del taladro deberían agarrar el remo.