Antonio Mercader

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LEONARDO GUZMÁN
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Padre español, madre francesa, sonados parentescos internacionales, desde su cruce de caminos forjó una personalidad descollante, una familia con altos valores y un servidor público permanente.

El miércoles 29 se cumplirá un año de su muerte. Y como si fuera ayer, extrañamos su columna firmada, sus editoriales, su voz en la rueda del diario y en la Mesa radial mañanera. Extrañamos su modo caballeresco de erguirse.

Su trayecto vital es un excelente ejemplo para el Uruguay que deberemos reedificar. “Manino” Mercader era ferviente blanco herrerista y al mismo tiempo era republicano con cabeza abierta. Ministro de Educación y Cultura de Lacalle Herrera, volvió a serlo con Jorge Batlle. Dejó la cartera sin una sola mácula, como bien me constó.

Las convicciones y el liberalismo eran los polos que le dieron eje y palpitación a su vida pública. Pensaba con claridad no sólo sus ideas sino también las de sus adversarios. Apreciaba panoramas. Detectaba matices. Su gramática impecable no era un corsé formal para escribir lindo: no era prurito sino voluntad de precisión. Nunca escribió oscuro para pasar por profundo.

Su libro mayor, “El Año del León”, es un ejemplo admirable de tesis cimentada en documentos y en compromiso personal auténtico.

Sostiene que la acusación de nazismo que en 1940 se dirigió al Dr. Luis Alberto de Herrera no se debió a que el caudillo blanco fuera hitleriano o antisemita, sino a su oposición radical a que se injertase una base militar estadounidense en Laguna del Sauce. Sustenta que tal oposición emergía de una intuición política y un sentimiento nacionalista que miraban a la región y al porvenir.

Y escribe con toda razón: “Cuesta imaginar a la Argentina de Perón resignándose a coexistir con bases y bombarderos estadounidenses instalados en la orilla oriental del Plata. Herrera apartó al Uruguay del peligro.”

40 años después de la muerte de Herrera y 60 años después del horrible “Herrera a la cárcel” pintarrajeado por los comunistas, el libro de Mercader no sólo sostuvo su tesis. Además revivió un género de identificación admirativa que le puso agallas al alma de la República.

Dejándose llamar “paisito”, el Uruguay del achique menospreció los sentimientos. Reemplazó las encendidas polémicas históricas que le tallaron el civismo, colocando en su lugar “relatos” con protagonistas opacados, sin fuego interior, para que el pensamiento único corra fácil y los ánimos se amansen a lo políticamente correcto.

Ante esfuerzos polémicos de esta enjundia, uno siempre podrá discrepar con la tesis entera o con un detalle, pero también siempre deberá celebrar el aporte histórico y el modelo humano de quien, agotando archivos, funda una defensa elogiosa hasta la apología. Es que quien con honestidad intelectual se emociona y admira, ensena grandeza y ensancha el espíritu público.

Por haber encarnado en todo momento los valores patrios que reflejaron su libro y su vida, uno como batllista siente la ausencia de nuestro irrepetible Mercader.

Pero más todavía sentimos su presencia, pues es con esta clase de convencidos racionales y respetuosos que deberemos conciliar corazones y doctrinas en la etapa que felizmente empieza a vibrar en la República.

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