Información con rumores o denuncias contra personas e instituciones plagadas de datos falsos las hemos recibido todos a través de las nuevas tecnologías. En mi caso personal me han integrado a la masonería, al Opus Dei y a otras organizaciones de las cuales jamás fui miembro.
Incluso aparezco entreverado en la polémica por el decanato del fútbol uruguayo, tema del que nunca me ocupé. Todavía pueden leerse en Google sin que uno pueda hacer algo por corregir esas versiones. Por supuesto, mi caso es leve en comparación con otros, pero es una prueba de los peligros que encierran las nuevas tecnologías de la información.
Es cierto que internet, redes sociales y plataformas tecnológicas son algunas de las maravillas del mundo moderno que permiten una comunicación más fluida y mayores facilidades para el trabajo, los estudios y las condiciones de vida en general. Empero, su masificación en las últimas décadas tiene una contracara riesgosa que es la difusión de noticias falsas de fácil acceso para el público. Noticias y datos inciertos de los cuales nadie se hace responsable y que pueden propagar rumores en línea capaces de generar perjuicios irreparables.
Frente a ese cibermundo se alza la prensa escrita que ofrece más garantías. Como lo señala un reciente comunicado de diarios y semanarios uruguayos, la prensa escrita “se rige por códigos internos, asume responsabilidades civiles y penales, y sobre todo, tiene siempre un redactor responsable que se hace cargo de los contenidos publicados”. En otras palabras ofrece unas garantías superiores a las de plataformas tecnológicas gigantescas como Google o Facebook que, entre otras cosas, no pueden controlar todos los “links” que la gente comparte en las redes sociales.
Es notorio que la prensa local no se cierra a esos avances y que la mayoría de diarios y semanarios cuentan con sus páginas digitales. Al lector tradicional de periódicos le cuesta acostumbrarse a estas novedades por lo que la transición hacia una simbiosis que combine las nuevas tecnologías y la prensa no es para nada sencilla. Hacer un diario, un semanario o una revista ya es de por sí costoso y complicado. Además buena parte de la información que circula por las redes está “tomada” de la prensa sin que nadie pague un peso por utilizar el trabajo ajeno. Esa información suele ser la base para fijar la “agenda” que utilizan gratuitamente otros medios de comunicación.
Ante esa situación el mundo desarrollado tiene políticas de ayuda a la prensa escrita. Países como Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania, así como los escandinavos, otorgan diversas facilidades de carácter impositivo, aparte de la cooperación que ofrecen para la distribución de los periódicos y la rebaja de distintas tarifas, entre ellas las telefónicas. En la época no tan lejana en donde en los hogares uruguayos entraba siempre un diario o más de uno, la importación de papel recibía un subsidio que posibilitaba vender las publicaciones a bajo precio. Aunque parezca increíble un diario y un boleto de ómnibus costaban más o menos lo mismo.
El gobierno debería reflexionar sobre este tema dado que un país sin una prensa sustentable, libre y plural tiene su futuro amenazado.