Temas del día: Falleció el papa Francisco

Árboles caídos

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Murió una época del Uruguay. Tiene lógica, las épocas se acaban, pero verlo así, frente a los ojos de todos, llama la atención. Murió el país tal y como lo conocieron generaciones enteras.

El discurso predominante moldea la forma de actuar, intervenir y socializar que se dan los países. A lo largo del tiempo la izquierda uruguaya, la prédica voluntarista y el parche -ahora en nombre de diálogo social- cómo respuesta a los problemas del Uruguay real ha hecho eco en la cultura nacional. Y si bien es cierto que en política no cualquiera es capaz de mantener una expectativa colectiva, más de uno terminó adoptando la cultura del achique. Novedosa narrativa que permeó en todo el país y en todos lados tuvo voceros. La misma izquierda uruguaya empieza ahora un nuevo gobierno. Cada nuevo comienzo, simboliza renovación y trae consigo un impulso renovado. No parece ser así esta vez.

El Frente de hoy ha dejado de lado la disputa ideológica. No se lo permiten sus contradicciones internas porque están tensionadas al punto tal que cualquier motivo de discrepancia hace surgir incoherencias de base que vuelven a su estructura de pensamiento y acción incongruente. Para muestra basta un botón, o leer las noticias de los últimos días.

La realidad demuestra que quedó atrás un tiempo en que el entusiasmo brotaba por cualquier cosa. Entre los aspectos que murieron con el país que murió está la tranquilidad de conciencia que les proporcionaba a las izquierdas de todo el mundo autodefinirse y sentirse como únicos intérpretes del interés popular. El Uruguay no siente la lluvia sino cuando le cae encima.

La resistencia rotunda del Frente Amplio a todas las propuestas de innovación que el país impulsó en seguridad social, enseñanza, ANCAP, etc, etc., toma hoy una forma peor: gobernar sin definiciones.

Lo peor de envejecer es que se van agotando los descubrimientos. Los partidos políticos también, como las personas, envejecen. Me preocupa esto en el país actual que ya ni siquiera sufre de muerte terminal. Y esto no significa que el país no tenga futuro.

El Uruguay sí tiene futuro y su futuro depende en gran parte de sí mismo. Pero es evidente: el país no existe más tal como lo conocíamos y no hay rincón de la sociedad que no lo deje ver.

Los proyectos políticos -se supone que eso expresan o deben expresar los partidos- se sostienen sobre una tradición, una memoria en común, la proyección de un ideal, sobre el compartimiento de valores heredados. El Uruguay, éste de hoy, barrió con mucho de esos factores elementales.

¿Qué expresa el Uruguay actual? ¿Qué expectativas tiene? ¿Cuánto confía en sí mismo?

Creo que ese es el punto de partida y no hay peor cosa que negarlo, frustrarse, o buscar la salida en el regreso a un pasado mítico.

Ahora, pudiendo ver lo que ha pasado y lo que está pasando, lo primero es preguntarse por nosotros; por el Partido Nacional, por lo que queremos representar y por cómo lo expresamos. Por ahí corre, como vertiente, el tiempo que viene, que no espera. Partido sin tradición es partido a medias. Partido sin proyecto es partido a medias.

Murió una época del Uruguay, pero -decía Herrera- no se puede odiar a las estatuas. Tampoco se puede pretender esconderlas. Los árboles caídos también son el bosque.

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