La política como otros órdenes de la vida, está repleta de lugares comunes. Afirmaciones carentes de ningún significado, expresiones y frases hechas, eslóganes de alto estruendo que solo buscan el primer impacto, el aplauso fácil, la inicial complicidad. Sucede que los candidatos pueden tergiversar la realidad, y los políticos que vienen detrás hacen de lo falso, una forma de “convivir” con la ciudadanía.
Y no es grato escribirlo, pero cuentan con una prensa que al final es cómplice, porque no se rebate nada, se quedan con la opinión del político de turno, en entrevistas en la calle o en un club político. Esta última afirmación tiene excepciones, por todos conocidas. Es decir, hay periodistas que informan y que se quedan con lo que se les expone, entrevista o un comunicado determinado, y los hay contestatarios que replican bien documentados.
Paul Graham, británico, ensayista, cofundador de empresas, inversor de capital de riesgo, entre otros pergaminos que lo acreditan, nos ha mostrado una suerte de jerarquía de “discrepancia y argumentación”, donde hay expresiones que refutan un argumento central que se expone, hasta respuestas intentando menoscabar al “otro”, vituperándolo y no yendo ni cerca al quid del asunto.
Nos describe 7 niveles el citado Graham, desde y reitero se refuta el punto central con precisión hasta quien simplemente expresa sus argumentos pero haciendo caso omiso al precisamente argumento del contrario para terminar como decíamos, insultar a su interlocutor de turno.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia… reza el refrán. Pero, ¿será así? No lo tengo tan claro y creo que hay una cuota importante de tergiversación expresa de la realidad, ignorando explícitamente datos, números concretos que avalarían aquella.
No sé si me ganó el escepticismo o cierta desazón, pero no terminamos de comprender que tanta vocinglería altanera buscando que la claque se sume y alardear de ello, no ayuda a que el pueblo, esa palabra tan mencionada, piense por sí mismo, aquilate el contexto, aquilate su situación personal, de su familia, realmente escuche a un adversario y donde con el imperio de la buena fe, finalmente decida.
Bien dicen los versados en este metier electoral, que la ciudadanía estudia en un promedio muy bajo los programas de gobierno de las distintas propuestas electorales, y un poco más, quienes van al tema que les interesa, puntualmente. En buen romance, la gran mayoría no lee nada y su voto es emocional, porque ya está predispuesto a votar de acuerdo a los dictados de su corazón o porque nació en una familia donde ya está estipulado de antemano que en el seno de aquella, se vota a tal partido.
Escribo una verdad creo que de Perogrullo, lo que hace que muchas veces acceda a la Presidencia el candidato que no necesariamente tiene las mejores cualidades para gobernar.
Conversando con mi querido amigo Enrique Baliño, consultor de empresas, concluimos que se dividen los ciudadanos en algunos grupos, distribuidos con determinadas características. Por ejemplo, existe uno integrado por personas que son “ignorantes genuinos”, que realmente tienen avidez por aprender. No los persigue ninguna intencionalidad en su actitud y están con mente abierta para recibir y aprehender conocimiento y adoptar las conclusiones que competan.
Existe otro grupo de personas, que jamás admitirán nada. Son necios per se. Contumaces en su actitud y en nula predisposición a algo distinto a lo que piensan. Ni se toman tiempo para escuchar otra eventual postura.
Supo decir el otrora vicepresidente Raúl Sendic, que el Frente Amplio ganaba la Intendencia de Montevideo así se postulara “una heladera”. Peyorativo con la opinión de la gente, masificándola e idiotizándola.
Y después están los “vivos”. Que jamás desaparecerán porque medran del “otro” para su rédito personal. Me viene a la memoria un personaje argentino, que casualmente está saliendo a la palestra nuevamente, quien dejó el país con un 50% de pobreza y que la posa de zurda… Y esos “vivos”, políticos, dirigentes sindicales, saben perfectamente que existen los otros dos grupos y como la señora de Argentina, hacen caudal de ello y les mienten a sabiendas sin ningún tipo de pudor.
Veremos si mañana, algún ciudadano indeciso pone pensamiento y esa actitud se traduce en un voto que refleje lo que sienta y no se deje llevar por cantos de sirena, que conviven con la burda mentira.
El “ego” recurre a los gritos, la tergiversación y hasta a la violencia y es entonces cuando reconocemos la sabiduría de las palabras de Jesús, “perdónalos Padre porque no saben lo que hacen”.