Asociarse a China

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Durante doce años, la relación entre Brasil y China fue considerada una «asociación estratégica integral». Eso cambió el pasado noviembre, cuando elevaron sus lazos a la grandilocuente «comunidad con un futuro compartido para un mundo más justo y un planeta más sostenible». Pero ¿qué significa este eslogan y cómo deben los países de América Latina interpretar el léxico diplomático chino?

China evita las alianzas tradicionales y opta en su lugar por la «diplomacia de asociación», una formulación deliberadamente flexible que maximiza su maniobrabilidad diplomática y económica al tiempo que evita compromisos vinculantes. Pekín utiliza al menos 42 combinaciones de adjetivos para diferentes asociaciones, lo que da una gran flexibilidad. Aunque no existe una jerarquía definida, las asociaciones generalmente progresan de «cooperativas» a «estratégicas» y a «estratégicas integrales».

Esta diplomacia de asociación de Pekín cobró impulso en la década de 1990, siendo Brasil el primer país en establecer una «asociación estratégica». De los 33 miembros de la Celac, siete reconocen a Taiwán y carecen de lazos diplomáticos con China, mientras que otros once tienen relaciones pero no una asociación formal. Los 15 restantes mantienen diversos niveles de asociación, lo que refleja tanto los lazos económicos como la alineación política con Pekín.

En general, aunque no siempre, las asociaciones comienzan como «estratégicas» y luego escalan a «estratégicas integrales». Solo un país de la Celac, Venezuela en 2023, tiene una asociación «para todo clima» (all-weather, en inglés), una designación reservada solo a un pequeño grupo de socios muy cercanos a China, como Pakistán, Bielorrusia y Etiopía. En América Latina y el Caribe, Trinidad y Tobago tiene una asociación «integral», pero no estratégica, desde 2013. Costa Rica estableció una «asociación estratégica» en 2015; Bolivia en 2018; Jamaica y Surinam en 2019; Nicaragua en 2023; y Colombia también en 2023, bajo el gobierno de Gustavo Petro. México, un socio importante de China en la Celac, elevó su asociación a «estratégica integral» en 2013; Perú en 2013; Argentina en 2014; Chile en 2016; Ecuador en 2016; y Uruguay más recientemente en 2023.

Como se desprende de esta cronología, progresar a lo largo de la jerarquía diplomática china es en parte un reconocimiento de importancia -los países más relevantes económicamente suelen alcanzar un nivel más alto antes- y en parte una recompensa por un comportamiento amistoso hacia el país asiático.

En el caso de Brasil, que elevó sus lazos al nivel «estratégico integral» en 2012, su reciente ascenso de categoría a «comunidad con un futuro compartido» tiene algo de extraño. Por lo general, los países se inscriben en una «comunidad con un futuro compartido» mientras mantienen o elevan el estatus de su asociación. En los últimos años, China ha añadido el término «nueva era» al léxico de su diplomacia. Simultáneamente, ha establecido acuerdos bilaterales para construir una «comunidad con un futuro compartido».

Ambas expresiones son pilares del discurso de Xi Jinping. El término «nueva era», incorporado en 2017, refleja la idea de que el equilibrio global de poder se está desplazando a favor de la República Popular China. A la vez, «comunidad con un futuro compartido» evoca una visión utópica de armonía e interconexión liderada por China: una supuesta «aldea global» donde «todos los seres humanos son una gran familia».

En la actualidad, solo Brasil y Cuba han firmado un acuerdo bilateral relacionado con la visión china de la «comunidad de futuro compartido», mientras que ningún país de la Celac ha respaldado el concepto de «nueva era», un término utilizado solo por 9 países en todo el mundo: Bielorrusia, Hungría, Kirguistán, Mongolia, Rusia, las Islas Salomón, Sudáfrica, Tayikistán y Uzbekistán.

Las sensibilidades geopolíticas quizá explican la inusual posición de Brasil. En particular, durante la visita de Xi Jinping, Brasil se abstuvo de unirse a la Franja y la Ruta, una decisión que pospone desde hace tiempo. El nuevo estatus de la relación bilateral puede ser la forma de Pekín de salvar la cara después de lo que, por lo demás, fue una visita sin novedades, a pesar de la cálida retórica.

Probablemente, unirse abiertamente a la Franja o suscribir una retórica explícitamente antinorteamericana, como las asociaciones «para todo clima» o de «nueva era», habría sido mal recibido en Washington. En cambio, Brasil optó por un gesto simbólico que tenía menos peso estratégico. Otros países, como Tailandia y Malasia, han respaldado de manera similar el concepto de «comunidad de futuro compartido», que se considera una concesión de menor riesgo. La conclusión para los gobiernos latinoamericanos es que, aunque gran parte de la retórica del Partido Comunista chino parece vaga o incluso benigna, estas etiquetas son muy significativas para Pekín. A menudo, China las ofrece como gesto de buena voluntad, pero tienen mucho más significado para Pekín que para el país receptor. Por tanto, los gobiernos latinoamericanos deberían tratar estas nominaciones simbólicas chinas como activos estratégicos, concediéndolas solo cuando reporten beneficios tangibles. Pekín valora estos gestos más de lo que deberían sus socios, son poderosas monedas de cambio para negociar.

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