El asunto del pasaporte de Marset por ahora es un papelón y es un novelón. (Si apareciesen un par de millones de dólares por algún lado entonces sería otra cosa). Del papelón se ha hecho cargo el gobierno. De la novela se ha hecho cargo el Frente Amplio. El asunto está zanjado, pero va a seguir: es la pitanza con que se alimentan algunos. Sería poco inteligente que quienes lo siguiesen -sea por activa sea por pasiva, hablando o contestando- fuesen miembros del Partido Nacional. Ergo: yo no sigo.
Resultan de interés general observar algunas cuestiones o aspectos accesorios. Por ejemplo: llama la atención que alguien crea que se puede borrar un chat o una llamada a o desde un celular. Se podrá borrar para algunos pero lo que entró en el colosal cerebro informático dejó una huella indeleble. Alguien tiene acceso total a ese océano de información. ¿Una me-gaempresa? ¿Los servicios secretos de alguna potencia mundial? Es una ingenuidad propia de otro siglo descansar en un “delete”. Sospecho que la última máquina, la que sustenta todo, sabe lo que borró. Yo no lo sé y el que sabe no lo va a decir.
A esta altura del siglo XXI se sabe prácticamente todo de todo el mundo. Por dos motivos. Uno, que si Ud. usa tarjeta de crédito, tiene ficha en una mutualista, paga telepeaje y algunas cosas más, Ud. ha dejado rastros legibles, almacenables, de sus gustos y de sus andanzas, sean estas públicas o privadas (y Ud. cree que secretas). Y dos, todo se sabe porque la gente de estos tiempos publica todo, vive y respira en un impulso por mostrarse todo el tiempo.
En otros tiempos, no tan lejanos, la privacidad era un bien a defender. Violar la correspondencia era un crimen y escuchar las conversaciones ajenas era mala educación; la gente cuidaba su privacidad. Actualmente la privacidad no es un bien: las conversaciones privadas pueden ser publicadas en los diarios que no pasa nada y menos si se publican en las redes.
Esto lleva a otro problema, el problema que también estuvo presente y operativo en el caso pasaporte de Marset y se le plantea a los periodistas responsables: ¿cómo se maneja la información que es vendida (literalmente) como insumo para maniobras políticas? En otros tiempos el periodista responsable se cuidaba de agarrar lo que en la jerga periodística se llamaba carne podrida. Ahora hay un conocido experiodista, dado de baja en un medio, que vende información. La roba y la revende. La moneda en estas transacciones no es el peso ni el dólar sino el monto de daño-beneficio político generado. Esa información es previamente robada en Fiscalía. Así como hay mujeres que venden su cuerpo y se las llama putas, este experiodista ha vendido su alma. No sé cómo llamarlo.
¿Cómo se debe manejar el periodista serio ante una fuente que tiene información pero la da por partes, en una secuencia programada para favorecer una posición política y perjudicar otra? La información es cierta, cada pedazo es verdad, pero la forma como se parcializa o se entrega construye un relato tendencioso; es cierto en cada parte pero busca desinformar, es decir, lo contrario de lo que es la obligación del periodista.
En fin: son problemas nuevos que aparecen en una cultura nueva. En lo que tiene que ver con la comunicación es donde los cambios han sido mayores.