Bajemos un cambio

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Poco más de un año del comienzo de un nuevo ciclo electoral en nuestro país, la intensidad del debate en la opinión pública aumenta y su nivel, sin embargo, parece estar cada vez más bajo. El incremento de la confrontación política y social, que como cualquier conflicto implica responsabilidades de un lado y del otro, debería preocuparnos y ocuparnos, en particular a quienes tenemos capacidad de incidencia para cambiarlo.

Más allá del tema de fondo, que es cuidar la credibilidad de nuestro sistema político y nuestra democracia, modificar esta forma de hacer política debería ser una decisión estratégica para quienes piensan con un horizonte temporal de mediano y largo plazo.

La pelea constante entre quienes son elegidos por la gente para representar, oficialistas u opositores, no refleja el sentir de la gran mayoría de los uruguayos. Aunque pueda ser redituable en el corto plazo, con el objetivo de conquistar a una barra para ganar una elección interna o recibir los “retuits” de aquellos pocos uruguayos que usan Twitter, a mediano y largo plazo este tipo de comportamiento solo termina alejando a los políticos de las preocupaciones reales de la ciudadanía.

No hay que ir muy lejos del Uruguay para ver lo que sucede cuando la gente se frustra con los políticos y la política. El discurso de la antipolítica y “la casta” no va a tardar en llegar, y con ello el populismo y la demagogia.

Una de las grandes bondades de nuestro sistema político es su estabilidad. Los uruguayos somos reconocidos internacionalmente por la capacidad de dialogar con el que piensa distinto y, al menos en algunos temas fundamentales, alcanzar acuerdos.

Según múltiples indicadores y mediciones objetivas, nuestra democracia es la más sólida de la región y ocupa los primeros lugares en distintos rankings internacionales. Pero esta firmeza y riqueza institucional no es casualidad, es el resultado de una construcción histórica en nuestro sistema político.

Las diferencias -incluso las más radicales- son válidas y necesarias en una democracia para que todas las opiniones estén representadas. No es deseable el consenso por el consenso en sí mismo, pero sí es fundamental un ambiente que permita que el enfrentamiento se desarrolle por vías civilizadas.

Esta columna no pretende anunciar un cataclismo. Quienes somos parte del mundo político, sabemos que los espacios de encuentro y diálogo sí existen. De hecho, muchas veces los mismos que declaran en público con enormes diferencias, se encuentran en reuniones más íntimas para buscar acuerdos y soluciones. También es verdad que la enorme mayoría de las leyes que se aprueban en el Parlamento, incluso las más polémicas, cuentan con grandes consensos en la mayoría de sus artículos.

Sin embargo, a veces no solo son importantes los ámbitos de negociación que puedan darse a la interna entre los políticos de todos los colores. La gente necesita señales de encuentro claras, creíbles y verdaderas, en público.

Los uruguayos, en su enorme mayoría, prefieren una convivencia civilizada donde las diferencias se pueden plantear en términos de discrepancias y no de enfrentamientos irreconciliables. Bajemos un cambio.

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