Barbarie capitalina

Mientras discutimos el cierre del canal de televisión de la Intendencia de Montevideo, ignoramos la verdadera obscenidad: la impunidad para repartir la plata de todos entre amigotes.

El medio que se autopercibe como “canal pionero en el establecimiento de agendas de derechos humanos” cumplirá 30 años en 2026. Tres décadas de un megáfono hemipléjico.

TV Ciudad maneja US$ 8 millones al año para regalarnos joyas como retransmitir la televisión pública de Santa Fe (parece mentira, pero es cierto) y declarar confidencial el contrato de la NBA porque, además de pagar por ese bien de primera necesidad, tienen que ocultar el costo.

El anterior director del informativo se fue por presiones para cubrir actos de la vicepresidenta entrante. Durante la crisis del agua, Carolina Cosse teatralizó llantos y asustó a embarazadas con hijos deformes. Hoy calla mientras miles nadan en las cloacas a cielo abierto que son las playas montevideanas. Encima se indignaron. El dato de la caca lo querían solo para ellos.

Es la misma Cosse que fue a Argentina a denunciar falta de remedios en Uruguay, que fingió preocupación por el daño a la imagen del país tras el caso Astesiano y que alertó sobre amenazas a la libertad de expresión. Fueron sus empleados quienes cuestionaron durante su gestión el “uso discrecional” de TV Ciudad. Cosse no tuvo nada para decir entonces y tampoco ahora cuando se conoció la clasificación de Transparencia Internacional sobre percepción de la corrupción.

Ser los mejores de América no es para agrandarse, porque el barrio y sus suburbios están complicados. La lucha anticorrupción en este país es un chiste. Los políticos, que son los primeros en esquivar controles, hacen casi lo que quieren. Basta ver cómo los blancos se oponen al ingreso por concurso en las intendencias. Solo en Maldonado existen casi 150 cargos de confianza. Aunque al menos la ciudad está limpia, algún día deberían salir a la luz los excesos fernandinos.

¿Qué podemos esperar de los intendentes frenteamplistas? Daniel Martínez volvió a invertir en Conexión Ganadera en diciembre. ¿Hace falta decir algo más?

Mario Bergara, que el año pasado embarró la tragedia de los Andes al hablar de orgullo “aunque fueran muchachos de élite”, viene de inventar cifras para intentar dejar mal parado al gobierno. El derrape sacó de las casillas a una imperturbable ministra que convirtió su austeridad de palabras casi monástica en un activo. En su último paso en falso y con cara seria, Bergara dijo que faltaba educación en el tema de la basura, y que el objetivo era que la Intendencia procese menos residuos. Además, quiere más bicisendas porque “hay que desestimular la movilidad individual”.

Cada día, en promedio, la Intendencia gasta US$ 13.000 para pagar sueldos a casi 100 trabajadores de TV Ciudad. Un canal con menos audiencia que una cámara de seguridad ejemplifica cómo financiamos burocracias sin sentido.

Mejor ni calcular cuánto nos sacan para sostener el circo carnavalero. Allá ellos, los que dedican medio año a probar cómo pintarse la cara y ensayar chistes que no entretienen ni a un adolescente. Tan lejos de la cultura, y tan cerca del juicio moral, se creen rebeldes mientras exhiben un categórico conformismo.

¿Hablan de “ahogo presupuestal” los mismos que administran un casino y pierden plata? Habría que mandarlos a chapotear a la Pocitos.

Vivimos en un sistema hecho a medida de los partidos políticos, no del pueblo, y mucho menos del contribuyente. ¿Qué herencia deja el Estado, cuando genera empleo artificial e insostenible?

A la larga, aunque sea muy a la larga, cuando se impone la partidocracia, el clientelismo y el corporativismo, el sistema entero se corroe hasta derrumbarse. No hay conspiración detrás del derroche. Es más simple. El votante lo acepta como precio de la estabilidad y hasta que la gente no exija eficiencia con la misma pasión que reclama subsidios, nada va a cambiar. De todas formas, nada de esto debería depender de nuestra indignación pasajera.

¿Salto Grande, CARU, el pórtland de Ancap? Los ejemplos sobran. Ojo cuando llegue el día en que se corte la pavada. Van a tener que salir a buscar trabajo en serio y no habrá para todos.

El FA se asegurará en mayo al menos 40 años de gobierno en Montevideo. No vale la pena desentrañar el misterio de cuándo se atrofió el cerebro del montevideano promedio. El resultado está a la vista. Una sociedad sin ambiciones ni ilusiones. Una ciudad donde la experiencia no se transforma en aprendizaje, donde la gran propuesta es un “shock” en veredas. Repiten que el “modelo no se agotó”, aunque la porfiada realidad evidencie lo contrario. Los montevideanos, de todos los colores, dieron por perdida su ciudad. La oposición también carga con parte de la culpa. Da la impresión de que ni siquiera dedicaron una tarde a pensar cómo recuperar el poder. Han tenido décadas.

En el fondo, Montevideo no le importa a nadie. Ni a los propios montevideanos.

¿No es esa una señal de barbarie?

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