Barbas en remojo

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Los hechos hablan por sí solos. No los ve el que no quiere verlos.

Aquí muy cerca, nuestro vecino está enfrentando las terribles consecuencias de un evento climático tan catastrófico como inesperado.

Luego de los tres años consecutivos de La Niña que sometieron a la región a una sequía tremenda, el estado lindero de Río Grande del Sur fue sacudido por unas inundaciones como nunca había padecido.

Las pérdidas en vidas humanas (al menos 149) y los daños socioeconómicos solo se pueden comparar con los causados por el huracán Katrina en EE. UU. en 2005. Según BBC News Brasil, la economía norteña se contraerá 2% en lugar del crecimiento del 3.5% que venía registrando en los últimos 12 meses. Para nuestro vecino el perjuicio ocasionado por este evento natural será mucho mayor que el sufrido en EE. UU. porque la economía riograndense significa el 6.5% del PBI brasileño, mientras que el del estado de Luisiana solo llega al 1% de la economía estadounidense.

El impacto de esta catástrofe golpeó en varios niveles a la economía norteña. En primer lugar reduciendo el crecimiento del PBI; en segundo, devastando al sector agrícola -que representa casi el 13% del PBI agrícola nacional-; y en tercer lugar, sobre las cuentas públicas.

Otra consecuencia inevitable que tuvo esta catástrofe fue el incremento del precio del arroz y la carne. Asimismo, las pérdidas materiales han sido inmensas.

No hay que ser un experto en estos temas para advertir que lo ocurrido en el estado fronterizo pudo o puede ocurrir en nuestro territorio. Tomó por sorpresa y desprevenidos a nuestros hermanos brasileños, que también salían de una angustiante sequía histórica.

Porto Alegre, epicentro de la mayor devastación provocada por las recientes inundaciones en Brasil, está ubicada a tan solo 390 kilómetros de nuestra frontera. Al igual que nosotros ahora, ellos tampoco consideraban en lo más mínimo la posibilidad de sufrir una catástrofe de esa magnitud.

Entonces, ¿podemos seguir subestimando la ocurrencia de eventos climáticos extremos?

¿Estamos mejor preparados y prevenidos que Brasil en este tema?

Está claro que en materia climática las “reglas” están cambiando. Tenemos la imperiosa necesidad de mejorar sustancialmente nuestras capacidades de alertas, de anticipación y, ni qué decir las de respuesta.

Una primera conclusión en la que podemos coincidir es que, al igual que sucede en la salud, la prevención es la gran estrategia a seguir para amortiguar los impactos negativos, minimizar los daños y procurar que estos eventos no lleguen a ser trágicos. Aunque parezca obvio hay que decirlo: todo lo que hagamos en esa dirección redundará favorablemente; por lo tanto sus costes no serán gastos sino inversiones.

Si algo hemos aprendido de la experiencia internacional es que no tenemos garantía alguna de no padecer, en el corto plazo, eventos climáticos extremos. Por lo tanto, hay que ser mucho más proactivos porque las alertas continúan sonando -algunas en nuestra puerta. Sería muy irresponsable no hacer nada al respecto para lamentarnos después.

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