Con la derrota del balotaje muchos actores de la Coalición Republicana (CR) miran para atrás y se preguntan qué no se hizo y se tendría que haber hecho para ganar. Porque además se calibra la profunda gravedad de esta derrota en el largo plazo, ya que legitima la tesis de que esta administración fue una especie de anomalía política dentro de lo que es la norma del país: desde 2004, victorias frenteamplistas.
En esa perspectiva se señala, con razón, que no se dio la batalla cultural contra la izquierda. El argumento para no darla fue que aquí no hay grieta; que no se buscó suplantar a una mitad por la otra en el poder; que la sangre no llega al río en nuestras diferencias políticas; y que seguimos siendo una penillanura suavemente ondulada, por lo que dar una batalla cultural contra la izquierda implica ir contra la paz de la República. Desde la CR hay una mayoría que comulga con esta visión consensualista que huye de cualquier enfrentamiento mayor. Como han dicho varios desde el campo oficialista: gane quien gane las elecciones, el país no cambiará tanto. Y obviamente, la izquierda entera aplaude la idea, ya que es su principal beneficiaria: mientras que coloniza al Estado con su cultura hegemónica, no encuentra así resistencia alguna.
Si la CR hubiera dado una batalla cultural mínima, habría cerrado el Instituto Nacional de Derechos Humanos, por ejemplo, tanto porque juega un papel al servicio de la agenda izquierdista-globalista en temas sociales, como por ser fuente de propaganda proizquierdista en el entendimiento de la historia reciente del país. Pongo un ejemplo, formidable: resulta que trabaja allí como coordinadora del Sitio de la Memoria ex- sede del Servicio de Información y Defensa una persona que funge de historiadora, de apellido Martínez, que es tan comunista que cuando publicó su libro “Los fusilados de abril” con relación a los episodios de 1972, fue capaz de escribir que el capitán Wilfredo Busconi murió “por casualidad, por error, por una bala perdida”.
Otras dos ilustraciones: no hubo ningún protagonismo de la subsecretaria de educación en la defensa de la reforma clave del gobierno en su área y que fuera ferozmente atacada por el Frente Amplio (FA); al contrario, en 2023 optó por sus “Diálogos en espejo” con el izquierdista Caetano. Tampoco nadie cambió el nombre del liceo 4 de Las Piedras “Vivián Trías” cuando se supo que fue un traidor a la Patria, y a pesar de que se presentó un proyecto colorado con ese fin. Por cierto: el nombre del liceo 26 de Montevideo, que era Armando Acosta y Lara, jerarca vilmente asesinado por los Tupamaros en 1972, fue cambiado en 2017 por el de Líber Falco. Porque, se sabe, el FA sí da la batalla cultural.
La CR no perdió por estos ejemplos particulares. Pero si se conceptualizan, es en la poca defensa de los valores propios y en la escasa diferenciación con el FA que también se encuentran razones para la derrota. Al final resulta frustrante constatar que periodistas como Ignacio Álvarez u Orlando Petinatti, desde sus convicciones ciudadanas personales y sin obligación partidista alguna, terminaron siendo mucho más protagonistas en pro de las candidaturas de la CR, que algunos de los dirigentes de la coalición que, en plena faena, prefirieron atender otras cosas.