Blancos, a callar

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TOMÁS TEIJEIRO
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Escribo estas líneas con angustia.

Cuando estábamos en la contienda electoral, en la interna, en la nacional, y en el balotaje, repetía por lo bajo a los correligionarios del Partido Nacional que el primer acto de lealtad partidaria que todos los blancos debemos imponernos día a día es el silencio, el segundo la unión y el respeto de las decisiones soberanas de nuestros conductores partidarios, y el tercero en el caso que se diera -como así fue- la defensa monolítica del gobierno y del Presidente de la República.

Se lo dije a candidatos, a técnicos, a votantes, a columnistas blancos, y a académicos. Confieso que siento que he sembrado en el desierto.

No existe en el mundo organización alguna que pueda resistir la permanente exposición y explicación pública de sus estrategias y planes, así como tampoco el pormenorizado análisis a cartas vistas realizado por propios para deleite y espabilamiento de otros.

Quizá sean resabios de una forma de entender el ser blanco ya superada por nuestra sólida unidad de hoy, adquirida por cierto a un alto precio; pero hacer lo que hacemos es completamente autodestructivo, es un boicot que nos infligimos a nosotros mismos por razones sin sentido, totalmente reñidas con la debida inteligencia política.

Quizá sea la adrenalina que genera la disputa pública y el quehacer mediático, en redes sociales -sobre todo- pero también en medios tradicionales. La necesidad de perfilismos, o de contrarrestar a la oposición, es lógica, necesaria, y legítima, pero no es tiempo de hablar de cosas de adentro de casa, es tiempo de trabajar y de gobernar. Tiempo de difundir y defender los logros de un gobierno eficiente y eficaz, y de quien lo lidera. Nada más.

Nadie se imagina a una gran empresa que planifica cuestiones estratégicas a futuro comentándolas en público para noticia previa de sus competidores. Quien quiera conseguir un objetivo importante en la vida no lo hace revelando sus jugadas y sometiéndolas al autoanálisis en la palestra pública. Es de locos.

Los líderes, los candidatos, y los grandes acuerdos, no se hacen de un día para el otro, es obvio que movimientos siempre hay, y donde camine un hombre en política, habrá una sanísima vocación de ocupar las más altas responsabilidades. Pero no podemos comportarnos como el tonto del pueblo que va por ahí contando sus penas, alegrías y anhelos a todo el que lo escucha.

Cada uno de nosotros tiene una responsabilidad en este proyecto. Una que ocupa horas y pienso. Es momento de enfocarnos en eso, de callar, y de hacer mucho silencio reflexivo. Olvidémonos de juzgar, analizar, y de dejarnos seducir por lo mediático para comentar a lo que aspiran y lo que hacen quienes van con la mochila cargada de obligaciones dejándolo todo por ser y para seguir siendo los primeros en la fila.

El que sea, si es blanco será bueno. A todos los demás no nos corresponde opinar ni hablar de estrategia -y mucho menos en público-para eso el Partido tiene su estructura. Debemos enfocar en lo concreto, dedicarnos al trabajo ordinario de gobernar día a día que es lo que ahora rinde, para mañana recoger los frutos. No vale la pena hablar sino podemos mejorar el silencio…

Trabajar, defender y difundir, nada más. Silencio por favor.

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