El domingo pasado el Dr. Pedro Bordaberry nos regaló, en estas páginas, una linda clase de botánica. No podemos decir lo mismo de otras apreciaciones allí presentes, pues desde el punto de vista histórico. Son muchas las omisiones, intentando simplificar la Hecatombe de Quinteros de manera peligrosa. Para cualquiera con inquietudes históricas es sabido el episodio, conocidos sus protagonistas y el partido al que respondía, como también todo lector crítico de nuestra historia sabe que nada comenzó con la prohibición de una reunión del club de la defensa, pues para el año 1858 lo que no conocía esta tierra era tranquilidad.
Ahora bien, mucho más que sus omisiones, que uno puede comprender, lo que realmente nos asombra es que en lugar de usar su tribuna para reflejar las ideas con las que afrontar un futuro desafiante, para fortalecer valores fundamentales hoy amenazados, nos hagan viajar al lado más oscuro de nuestra historia. En momentos en que la democracia es atacada en el mundo entero debería ser prioridad defenderla y valorarla.
Dice Bordaberry que su partido asumió en forma callada, discreta, cada vez que fue objeto de actos de este tipo, dando a entender que no pasó lo mismo con nuestro Partido Nacional. Si lo dice por cómo recordamos a nuestros héroes, pues hace muy bien el partido en honrar a sus caídos, ¿qué blanco no se imaginó un abuelo “lancero de Timoteo”? Es el mismo partido que también es capaz de tender la mano del perdón sincero, poniendo siempre por delante los intereses superiores a los que puedan convenir circunstancialmente.
Por eso nos cuesta muchísimo ver en general Díaz un ejemplo de algo, un personaje que vivió para la guerra, que atentó contra todo gobierno legal desde el fin de la guerra grande, siendo protagonista excluyente en la caída de Giró, que proclamó la extinción de los blancos hasta la quinta generación, que es, por ejemplo, la del presidente Lacalle Pou.
El Uruguay necesita mejores ejemplos y necesita hombres claros que lo guíen hacia el futuro por un camino donde predominan la incertidumbre y temor, donde los cambios son diarios y el ritmo se acelera exponencialmente, donde adelante pasa todo tan rápido que no deja tiempo de mirar mucho para atrás.
Necesitamos, y con urgencia, que se termine la política de Nacional Peñarol, donde los míos son todos cracs y los otros, espantosos, aceptar como bueno lo intolerable solo por ser de mi partido o sector quien comete la falta. Como sabrá el senador Bordaberry, la primer interpelación al gobierno blanco en 1959, después de 100 años de gobiernos colorados, fue de un blanco. Lindo sería ver crítica honesta y profunda, que es la manera en que verdaderamente se defienden las causas justas, para que quien las pise sienta el miedo de la soledad.
El general Díaz sin duda es un arquetipo del caudillo de esos tiempos, que hoy solo podríamos definir como bárbaros, pero que también gozaban de ese poder de expresión tan particular, que en Díaz se sintetiza en su frase más conocida, cuando en la batalla de Arroyo Grande, el 6 de diciembre de 1842, ya asegurada la victoria de las fuerzas al mando de Manuel Oribe sobre las de Rivera y, en medio del galope de la huida, le dice a Don Frutos: “Todo se perdió, hasta el honor”.