Guste o no, Eli Almic es una artista encomiable: conozco su trayectoria como cantante y actriz de teatro y me consta que es una de esas personalidades desequilibrantes del statu quo, que tanta falta hacen en la penillanura suavemente ondulada de nuestro ambiente artístico. Pero es obvio que me causaron un rechazo profundo las imágenes que se viralizaron de las proyecciones con que acompañó su reciente espectáculo en la Rambla.
La consigna “Palestina libre” sería compartible sacada de contexto; ¿quién no desea que una nación lo sea? Pero en la situación actual, su significado explícito es la eliminación de un estado, el de Israel, a manos de una dictadura genocida, como la que ejerce Hamás. Paradójicamente, la invocación no promueve la liberación del pueblo palestino del azote de esa organización terrorista, sino la aniquilación del estado democrático que de esta se defiende. La visión sesgada no es propia solo de esta intérprete, sino que está en el ADN de quienes se autodefinen “progresistas” en buena parte del ámbito cultural.
Están quienes admiten que la masacre del 7 de octubre fue una salvajada, pero cuando comentan la cruenta respuesta israelí, invierten la relación de causa-efecto o reclaman la mentada “proporcionalidad”, como si lo correcto hubiera sido que una horda de fanáticos israelíes hubiese tomado por asalto una fiesta gazatí para violar, torturar y asesinar a quien se le pusiera delante. Es muy triste que gente sensible y culta confunda los tantos de esta manera, pero no es la primera vez que pasa.
Cuando los atentados del 11 de setiembre de 2001, recuerdo haber visto pintadas callejeras en Montevideo celebrando esa acción criminal. Cuando los asesinatos a sangre fría del equipo de redacción completo de la revista francesa Charlie Hebdo, recuerdo incluso haber leído editoriales de prensa que rozaban la justificación, por el humor transgresor que usaba esa publicación. Recuerdo el morbo con que alguna gente compartía las filmaciones de los del Estado Islámico decapitando a periodistas europeos tras arrodillarlos con las manos atadas. Igual a como ahora los de Hamás subrayaron su sadismo registrando ellos mismos en video las atrocidades que cometieron.
No me olvido tampoco cómo el comerciante David Fremd fue apuñalado en Paysandú mediante la misma técnica que enseñaban los terroristas islamistas a través de la web, y acá la justicia terminó considerando al asesino apenas un desequilibrado.
Me da toda la sensación de que, en lo cultural, seguimos sin entender que de un lado estamos los países democráticos, que defendemos los derechos humanos, que incluso garantizamos a cualquier artista la libertad de decir groserías sobre un escenario, pero del otro hay un fundamentalismo arcaico, que persigue a los disidentes, que oprime a la mujer y castiga a quien transgrede la heteronorma, que declara abiertamente una misión supuestamente sagrada de exterminar a un pueblo enemigo.
Está más que claro que las víctimas civiles en Gaza son una horrible afrenta al humanismo. Lo que no está bien es mirar la realidad con un ojo solo, eligiendo únicamente el izquierdo. Tampoco vale el buenismo progre de abominar por igual de ambos bandos.
Si la gran conquista occidental de la tolerancia a quien piensa distinto se traduce en aplaudir y victimizar a los intolerantes, a la democracia le queda poca vida.