La búsqueda de una explicación seria al resultado de la pasada segunda vuelta electoral nos puede ayudar a entender el Uruguay. O, mejor al revés. Tratar de entender al Uruguay nos va a terminar explicando el resultado de ese episodio electoral. Una visión interesante es la de Javier Haedo en la reciente entrevista con Búsqueda.
Los economistas suelen manejarse con números y cifras a partir de las cuales deducen leyes: si se toma tal decisión pasa tal cosa y si se toma otra pasa otra cosa. Ejemplo la ley de la oferta y la demanda. Javier hace lugar a otras cosas en esa entrevista: comportamientos humanos, rasgos culturales y, si se quiere, incluso manías. Él habla de memoria corta, la que recoge los datos positivos de este gobierno y la contrapone a otra memoria, más larga y preponderante en el tiempo, a la que llama modelo Uruguay.
En mis dos columnas anteriores hablé del Uruguay como “un país al pairo”. También en términos náuticos Javier habla de “un país velero sin motor”. Pero yo he insistido que hay dos voces, dos llamados muy antiguos en el Uruguay. Uno, el más fuerte y predominante, es el que indica como preferible mantenerse al pairo (el clásico Uruguay amortiguado y amortiguador de Real de Azúa). El otro llamado, que para seguir en términos náuticos, llamé en mi columna como de mar abierto y de velas desplegadas.
Yo he interpretado el resultado de aquella elección del año 2020, no como una rotación de partidos en el gobierno sino como un incipiente movimiento en las profundidades del colectivo nacional desde la vieja voz hacia el otro llamado histórico, el de la libertad, el de encarar el riesgo, hacerse responsable, alejarse del modelo amortiguador-protector.
Comportamientos posteriores de los uruguayos tales como el del plebiscito de la LUC y luego el de la seguridad social me confirmaron aquella interpretación: había una respuesta, incipiente pero manifiesta, al otro llamado: algo se había movido en lo que parecía inconmovible; se presentaron dos opciones y se votó por una, contra todos los temores de algunos. Dos veces, separadas por varios meses, controladas por la Corte: no es pavada.
En muchos artículos fui desarrollando esta opinión-constatación, pero agregando siempre que era necesario ponerle palabras a ese incipiente movimiento: había que hacerlo relato para que fuera inteligible para el ciudadano y políticamente relevante como contrapunto al otro relato hegemónico. Es el dirigente político quien “lee” los movimientos en el humor social y luego los pone en palabras, los hace discurso: la lucha política es una lucha entre relatos. Pero eso no se hizo: aquel movimiento incipiente quedó sin letra, sin una pronunciación política actualizada. Quienes debían haberle puesto letra a ese nuevo comportamiento que tomaba distancia del relato amortiguador, no lo hicieron: algunos ni percibieron que hubiese algo que mereciera ser puesto en palabras. Creyendo que el paisaje político era otro, que había un centro entre derecha e izquierda y que allí se encontraba la cosecha electoral que haría la diferencia, dejaron sin voz, sin relato a los que se habían manifestado dispuestos a navegar. Y terminamos en lo que señaló Javier: el modelo Uruguay, que se conforma con crecer al 1%, lo que Ignacio mi hermano llamó (y Javier cita en su reportaje) el pacto de la penillanura.