Si nuestra época adolece de ciertos males, la confusión de ideas -sin ser el mayor- por momentos resalta de manera insoportable. En las horas que le siguen a una elección no es sencillo ver los hechos. Pero están ahí. Reflexionar con coherencia es también aceptar que, del análisis profundo, hasta el hueso, no tiene por qué haber una conclusión ajustada a nuestras aspiraciones.
El país en su historia ha atravesado varias crisis. Este gobierno atravesó, con éxito, muchas. Fue al frente, y además dejó entrever un cambio en la mentalidad nacional, un empuje contra el quietismo que tanto daño y resignación le ha dado al país.
El Uruguay de hoy, no sin dolores, es un país de pie; todo el mundo lo sabe, lo dicen aun sus detractores en voz baja. Yo lo subrayo sin complacencia. Pero separemos lo que es, de lo que debe o debería ser, entre otras razones para lograr transformarlo.
Cada vez más, las elecciones políticas del ciudadano tienden a quedar sujetas a lo que sucede en su cuadra o en su círculo. Este gobierno deja una situación general estable y comenzó a sentar las bases de un país que es consciente de sus posibilidades de desarrollo, pero el resultado electoral siguió las pautas de la región: los oficialismos no resisten. Si dejamos de lado a Paraguay, la última reelección de un oficialismo fue en 2017. Son los hechos que siempre mandan. El país le renovó la confianza a los mismos que en 2019 se fueron arrastrados por la falta de energía, de ideas, de sentido.
No sé si el país va a crecer. Mucho menos si va a desarrollarse. Me temo que no en el corto plazo. Lo que sí sé, es que, para al menos empezar, el próximo gobierno debe decidirse. Ahora el que navegará los próximos cinco años es mano. Una fuerza que es mayoritaria tiene la obligación de decidir, y por lo tanto de aclarar. Debe aclarar si está o no de acuerdo sobre flexibilizar consejos de salarios. Debe decidir qué va a hacer con la Seguridad Social, con los artículos que no votaron de la LUC, con la inserción del país en el mundo, con la educación, con la inseguridad que desintegra el tejido social.
Lo de ayer no es igual a lo de hoy ¿Podrán las fuerzas políticas, ahora que terminó el ruido electoral, ponerse de acuerdo sobre la manera de resolver los problemas nacionales, o se limitarán a una “colaboracioncita” de un lado y pose de escucha del otro para ir tirando y matar el tiempo? Si es que nos corresponde, la tarea nuestra, la de una generación hija de nuestro Partido Nacional es la de interrogarse y de buscar respuesta a las preguntas que parieron los resultados del domingo.
Es lógico que cada generación se crea dueña de la verdad, y también resulta obvio que un país no es, ni en el tiempo ni en el espacio, una sola generación. Lo de siempre: un país es tradición y proyecto. Lo más simple suele ser lo más difícil de comprender.
Se inicia una nueva etapa. Desaprovecharla solo puede llevar al desastre. Prefiero creer que aún estamos a tiempo de la lucidez, de afirmar el rumbo, de no dejar al Uruguay náufrago, como barco sin capitán, a la deriva, de obligarlo a elegir entre la desesperación o la servidumbre. Hay que seguir dándole al pedal para mantener el equilibrio. Pero a tiempos nuevos, soluciones nuevas. La organización es amiga del tiempo. Volver será cuestión de tiempo. Es decir, de organización.