La capital por un lado, el resto por otro; las ciudades por un lado, el campo por otro. Ese corte entre campo y ciudad, interior y capital es viejo y nocivo. Se ve en el desconocimiento de costumbres y culturas propias de cada comarca, en la dificultad, especialmente montevideana, de entender la otra mitad del país y también se ve en lo complicado que es acceder a lugares que parecen remotos y no lo son.
En alguna ocasión escribí sobre la necesidad de que cada intendencia (quizás con apoyo nacional) llevara adelante una decidida política de mejora sustancial de la caminería rural, que para los departamentos equivale a lo que en Montevideo sería mantener sus calles y avenidas.
Suele suceder que al pasar de una ruta nacional en buen estado a una localidad no demasiado lejana, ese corto tramo a recorrer se vuelve una pesadilla.
También he insistido en la indiferencia y el desinterés montevideano de entender cómo viven y celebran sus fiestas las diferentes regiones del país. Por eso elogié la aparición de un muy buen trabajo de Ceres, supervisado por Daniel Supervielle, con el apoyo de un sólido equipo atrás, llamado las “Fiestas orientales: tradición y vanguardia”.
Dicho libro muestra y expone las peculiaridades de cada fiesta según la región donde se realiza, muy diferentes unas de otras pero al final, todas ellas muy uruguayas. Aunque muchos ni estén enterados de que ocurren.
Este gobierno desarrolló medidas que buscaron integrar el territorio y lograr que toda población, por apartada que esté de la capital y por diferente que sean sus costumbres, no solo se sienta parte de un mismo país, sino que se le facilite su acceso al resto del territorio y al conocimiento de lo que hacen y cómo viven.
Ello se observa en el impulso dado a la construcción, mejora y ampliación de muchas rutas nacionales. Se trata de un país ni tan extenso ni de un terreno de irregularidades extremas, pero en el que a veces todo parece lejos. Los que gustan hablar del “paisito” olvidan que recorrerlo implica descubrir su inmensa vastedad, su soledad y lo difícil que es llegar a poblados que, si se piensa bien, no están en los confines del mundo.
Por eso una de las obsesiones del gobierno, y en especial del presidente Lacalle Pou, ha sido la de “tender puentes”, es decir, construirlos allí donde vive gente aislada. Pequeños pueblos en que para ir a la escuela había que recorrer kilómetros cuando bastaba una simple conexión que acorta- ra esas enormes distancias. Puentes que no son recorridos por multitudes pero acercan rincones y achican el territorio.
Si bien estratégicamente crucial, no es solo abriendo caminos que el territorio se integra, también es acercando conocimiento. En ese sentido, ha sido muy valioso el aporte hecho por el Ministerio de Educación y Cultura al publicar un texto para estudiantes de segundo año de secundaria, que intenta abarcar cómo se vive y trabaja en el campo en todas las áreas, y cuán importante es lo que allí se produce para la economía del país.
“Nuestro campo” es un libro elaborado por un inmenso equipo de gente que aportó desde las más diversas disciplinas.
Es claro, es llano, es informado y abarca todo lo que es necesario conocer sobre el campo.
Gráficamente está muy bien diseñado, con ilustraciones que muestran sin confusión lo que pretende explicar.
Además, es un libro (más allá de que también haya una versión digital) y eso es bueno cuando en muchos lugares del mundo los expertos en educación empiezan a reclamar un retorno al papel.
El objetivo que se plantearon los autores es integrar el territorio por esta vía: el conocimiento más allá de los caminos. “El Uruguay no se entiende si no se entiende su campo” dice el ministro Pablo da Silveira en la introducción. “Hay un desnivel entre el gran impacto que tiene lo rural en nuestra vida y lo poco que lo conocemos”. Y concluye: “este conocimiento desigual también nos empobrece colectivamente”.
El lenguaje y las ilustraciones intentan que adolescentes de 13 y 14 años lo entiendan, y el diseño gráfico invita a que disfruten de ese conocimiento que van adquiriendo.
Abarca todo. La producción ganadera y lechera, la lanera y porcina, la madera, el agro, la granja, los viñedos, la miel y los olivares. También la cultura. Se habla de la música y el folclore (con menciones a Lauro Ayestarán), de las diversas festividades, de la literatura con textos de Serafín J. García, Juan José Morosoli, Juana de Ibarbourou, Paco Espínola y hasta referencias a la pintura a través, por ejemplo, de Petrona Viera, Blanes y Figari.
Es un trabajo realmente extraordinario y cumple, por otra vía, con ese mismo objetivo de “tender puentes”, de acercar el campo a la ciudad. Aporta su cuota para terminar con aquello de que una región siga negándose a incorporar a la otra mitad como parte de un único Uruguay.
Se intenta que a través del libro, los liceales tengan conocimiento y comprensión y de ese modo el país se acerque a sí mismo.
En definitiva: integrar el territorio.