Uno de los problemas de la Coalición Republicana es no haber visto venir el liderazgo exitoso de Orsi. A la sombra de Mujica; dependiente del sector MPP; sin dimensión nacional, como quedó claro cuando apareció en la campaña del balotaje de 2019; muy mal orador; sin proyecto ambicioso para hacer soñar al país; sin vuelo intelectual, y hasta con notorias dificultades para expresar ideas complejas; y sin fuerte personalidad como para liderar la presidencia; empero, sin embargo, ganó con luz y arranca su gestión con buen apoyo. ¿Cómo se entiende?
En primer lugar, Orsi tiene el “physique du rôle” del uruguayo medio. Es el paroxismo de lo normal, entendido como aquello con lo que la gran mayoría puede sentirse bien representada o identificada: en su estética, en su cultura general, en su natural vínculo social entre iguales. Expresa un talante tranquilo, sin prisa, negociador, consensualista, sin dramas, sin apremios. Representa así al Uruguay conforme de sí mismo, que con sus pasos y sus tiempos enfrenta sus desafíos, y que no está dispuesto a cambiar ese ritmo y ese andar para arriesgarse en mejorar ningún eventual resultado. Ésta, su forma de ser, dará el resultado que tenga que dar, y si él no es bueno o exitoso, ya llegará alguna explicación de razones ajenas que justifique ese relativo o completo fracaso. Y nadie planteará ningún reproche por no haber tomado un rumbo diferente con mayor vigor y voluntad.
En segundo lugar, Orsi mostró templanza y sentido político en momentos claves. La templanza, fenomenal, ocurrió cuando la denuncia calumniosa de los travestis aquellos (uno de los cuales, blanco, hizo bailar durante semanas a su ritmo a todo un Partido Nacional acojonado por quedar mal con lo políticamente correcto, y que por tanto demoró meses en echarlo como correspondía). El sentido político se notó cuando el discurso de triunfo en la noche del balotaje, y en el Parlamento cuando su investidura presidencial. En campaña el Uruguay enteró vio que Orsi tenía lo que se precisa para liderar: templanza y sentido común; y vio también que al ganar la presidencia Orsi valoraba el diálogo, el compromiso y la democracia consensuada: mejor, para el orgullo de la identidad valorada por todos los uruguayos, imposible.
En tercer lugar, el presidente dijo algo muy inteligente en la reciente reunión con los legisladores de su partido: habrá quienes festejarán dos veces, es decir el triunfo de Orsi en noviembre y un triunfo blanco en mayo. Al no hacer de eso un drama, Orsi muestra entender algo sustancial: el peso del vínculo político personal, el vigor del país de las cercanías y de las medianías que siguen siendo la esencia del Uruguay. Allí se notó la formación política del intendente. Pero, también, la inteligencia de quien sabe que está parado en un lugar de consenso tranquilo, con sus tiempos lentos y sus ansias escasas, que redunda en un fenomenal éxito de opinión pública y de fiel representación de la mayoría ciudadana.
A mí ese lugar, a la luz de lo que hoy es Uruguay y de lo que precisa a futuro para ser próspero, me resulta un fracaso. Pero lo relevante aquí no es eso, sino tratar de entender bien las bases de la popularidad de Orsi y, tras su tipo de liderazgo, de la hegemonía del Frente Amplio de los próximos lustros.