Causa nacional

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Hay que insistir! La destrucción paulatina de la Amazonía debe verse como una tragedia que nos afecta a todos.

Su combate no se trata de una cruzada ambientalista -como los deforestadores la quieren presentar- sino de una estrategia esencial.

Persigue objetivos locales, regionales y mundiales de suma importancia por su incidencia directa en el comportamiento climático y en el hidrológico, en las condiciones de vida de millares de personas que la habitan, en la conservación de la diversidad biológica más proficua del planeta.

No estamos hablando de un fenómeno reciente. Es de vieja data. En medio siglo se perdió una superficie forestal de la selva brasileña equivalente al territorio de Francia. Pero lejos de reducirse la devastación se acelera año a año. Entre 2020 y 2021 en suelo brasileño se perdieron 8.700 km2 de selva.

Como se sabe la destrucción de esas masas boscosas genera enormes emisiones de CO2 a la atmósfera, principal gas de efecto invernadero. Según estudios realizados por Greenpeace, debido a la quema de selva, mientras que en la década de los 90 capturaba 8.000 toneladas de CO2, desde 2021 la región emite más CO2 del que absorbe.

Este tremendo desbalance ocurre porque priman poderosos intereses económicos y políticos. Son capaces de neutralizar los controles, de ignorar las miles de denuncias que se realizan a lo largo y ancho de la Amazonia, y de pasar por alto los registros satelitales de la multiplicidad de incendios que se generan con el propósito de deforestar de manera rápida y barata, para dar paso a la expansión agrícola-ganadera.

Hay que asumir que la destrucción amazónica significa mucho más que la pérdida de la última gran selva del planeta. Es una tragedia en muchos planos. Como se dijo, además de contribuir significativamente a aumentar el calentamiento global, al mismo tiempo afecta de manera directa el sistema hidrológico de buena parte de Sudamérica, incluyendo la cuenca del Río de la Plata. Conspira contra la supervivencia de varios pueblos indígenas cuyas culturas y estilos de vida dependen directamente de la salud de la selva. Genera una escalada de violencia social descontrolada a lo largo y ancho de un territorio inmenso, que incluye el trabajo esclavo. Su destrucción significa cuantiosas pérdidas de la diversidad biológica más feraz del planeta, a pesar de saber que allí existen especies animales y vegetales que aún no han sido descubiertas por la ciencia.

Como si esto fuera poco, hay que sumarle la amenaza -siempre presente- de realizar grandes proyectos hidroeléctricos, y la explotación forestal industrial ilegal (maderas valiosas).

¿Cómo se detiene esta locura? Se necesita que el Gobierno cumpla con sus promesas políticas. No sólo no lo ha hecho en estos años de mandato del pte. Lula, sino que la situación se agravó. También los gobiernos estaduales están en falta. Tienen que defender sus territorios como mandata la ley, obligando a las empresas y a los productores a que asuman conductas responsables, ajustadas al marco jurídico y… un poco más; que se involucren en la causa nacional que es la conservación amazónica.

Y no nos olvidamos de los organismos internacionales y de la propia ciudadanía, que tienen un papel muy importante a jugar, exigiendo a las autoridades y a las empresas que se alineen con la sustentabilidad.

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