Cavilaciones electorales

Algo ha pasado: si la dirigencia política no es capaz de ponerlo en palabras, de darle voz, de hacerlo inteligible.

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El sistema político -no el país, como algunos creen- se está enroscando en las elecciones internas. La última reforma electoral marcó un proceso por etapas que, al final, termina en dos casilleros: solo dos. El cuerpo político del país, por su propia configuración, ha derivado en que haya básicamente dos contrincantes. Consecuencias: el discurso político se esquematiza, se vuelve más rudimentario y, al final, se especializa en el ataque y la descalificación del otro.

Las internas tienen diferencias. En el Frente Amplio tiene más peso el aparato, el candidato pesa menos; con un candidato flojo como Martínez el Frente casi gana y con Ana Olivera ganó despegado en Montevideo. En el otro campo lo más determinante para el resultado final es el candidato. Para blancos, colorados, independientes o cabildantes la victoria tiene una única cara: coalición. Eso indicaría que los respectivos precandidatos se habrían de esforzar por distinguirse como más aptos para coaligarse. Si buscan -y todos ellos lo están buscando- subirse al prestigio ganado por este gobierno, deberán recordar que la actual coalición fue forjada por Lacalle Pou como coalición de gobierno y no coalición electoral (aunque fue propuesta antes de ganar el gobierno).

Una condición importante de cualquier precandidato es que demuestre conocimiento del país, sintonía con el país. Los precandidatos del Frente Amplio se caracterizan más bien por buscar una sintonía-fidelidad ideológica: allí hay, y conserva peso, un catecismo básico que sirve para cualquier época (y para todos los países).

Muchos de los precandidatos no frentistas actuaron en la elección pasada. Como les fue relativamente bien -ganó la coalición republicana- hay un riesgo de que se repitan a sí mismos, que vuelvan a hacer-decir más o menos lo mismo. Eso, que en cualquier hipótesis sería de lamentar, se convierte en grave por lo que a continuación paso a desarrollar.

Las elecciones pasadas no marcaron simplemente una rotación de partidos en el gobierno. Pasó algo más que se hizo visible después, en los años del Covid. En ese lapso, tiempo de zozobra y de decisiones difíciles, el Uruguay fue interpelado por dos voces: cuarentena obligatoria o libertad responsable. Y lo que se vio fue un Uruguay sintonizando con un mensaje y sin prestar atención al otro. En ese período difícil, propicio para que el Uruguay reaccionara según sus antiguas inclinaciones de aversión a la intemperie y de reclamo, la respuesta mayoritaria fue una respuesta nueva. En esos momentos se dejó entrever un Uruguay que ya no sintoniza con el asistencialismo y se mueve en otra onda. Pasó en el Covid, pasó después con la LUC, pasa por que media dirigencia frentista no apoya el plebiscito contra la reforma del BPS, pasó en la reforma de la Caja Bancaria (estos son hechos, no datos de las encuestas)

La vieja voz, otrora prestigiosa, respetada, creadora de sentido común popular, solo conserva un impulso inercial, dejó de ser hegemónica: en el país se ha abierto la posibilidad de abandonarla sin pagar costos políticos, hoy hay oídos dispuestos a atender otro discurso y ánimos para responder a otra invitación. Sintonizar con el Uruguay es haberse dado cuenta de esto. Algo ha pasado: si la dirigencia política no es capaz de ponerlo en palabras, de darle voz, de hacerlo inteligible, si ningún candidato lo pronuncia, eso nuevo morirá por silencio. Si ningún candidato lo reconoce y lo atiende significará que los aspirantes a gobernar se miran más a sí mismos y a sus adversarios que al Uruguay.

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