En muchos discursos de estos días se ha hecho mención a que llevamos cuarenta años corridos de democracia. Muy oportuno señalamiento. Me parece que hay que enriquecer ese discurso recordando cómo fue que, allá hace cuarenta años, conseguimos esto que hoy celebramos.
La identidad de los pueblos se forma a través de relatos. Relatos antiguos, fundacionales, y relatos posteriores de avatares que hemos enfrentado y que se han vuelto memoria. Las reiteradas menciones a los cuarenta años y el justo orgullo que las acompaña están dejando afuera algo importante: la evocación a los cuarenta años de democracia debe incluir alguna palabra referente a cómo fue que se consiguió instalar este prolongado período democrático.
Los protagonistas, los actores principales de la recuperación democrática, aquellos a quienes principalmente se debe que hubiese empezado este período de cuarenta años, fueron, sin discusión, los partidos políticos. Los pasos efectivos que se fueron sucediendo para construir la salida del período dictatorial y el renacimiento democrático fueron, todos esos pasos, generados y protagonizados por los partidos políticos uruguayos: en concreto, por el Partido Nacional y el Partido Colorado. La única participación del Frente Amplio fue en el último escalón del proceso: fue su concurrencia al Acuerdo del Club Naval. (Como esa participación cae mal en el relato que los frentistas hacen de sí mismos, no hay ningún libro escrito sobre el Pacto).
Pero además de incluir en el relato el protagonismo de los partidos hay otro aspecto del relato que merece enmienda o, por lo menos, complementación. El relato de estos cuarenta años podría haber sido un relato cargado de victoria, de orgullo, de un país lleno de satisfacción por haber recuperado lo mejor de sí mismo. Pero no sucede así: prima un relato de víctima. Me explico y pongo ejemplos.
Todos los 27 de junio la prensa se llena de recordatorios de ese día aciago en que fue clausurado el Parlamento. En cambio, pasan todos los noviembres sin que se recuerde ni se mencione el acto del Obelisco. Hay más memoria de las que perdimos que de las que ganamos. Se ha sembrado la ciudad de Montevideo de pequeñas esculturas redondas ubicadas en lugares llamados sitios de memoria. Y son lugares donde se registró algún abuso militar, alguna víctima. Lo que podría haber sido una memoria heroica, señalando lugares de coraje o resistencia, es en realidad, una memoria victimista, doliente, que recuerda agravios y padecimiento.
Es evidente que hubo tragedia: no se puede evitar una memoria trágica. Pero también hubo rebeldía, tenacidad y un empeño sostenido, que fue lo que dio resultado y abrió el período de cuarenta años democráticos. Hago notar que se han publicado muchísimos libros -biografías, ensayos- sobre el pasado reciente referidos, por ejemplo, a la vida en el calabozo, a las persecuciones y sufrimientos; muy pocos a la épica de la resistencia. Me permito citar, al respecto, mi libro titulado “La Historia Domesticada” (Ed. Fin de Siglo, Montevideo 2015). También es bueno leer a Lessa, Haberkorn y el Dr. Hebert Gatto.
Las identidades nacionales no quedan fijadas de una vez para siempre. Hay relatos fundacionales y otros que se van formando con el paso de los años. Es de absoluta justicia mencionar la intervención y la importancia de los partidos políticos uruguayos en los pasos de la salida y de la refundación democrática que cumple 40 años y es igualmente importante darle a la memoria y al relato de aquellos tiempos el tono épico que también le corresponde.