En el debate de esta campaña electoral son muchos, y me incluyo, los que proponemos expandir el rol del Estado en algún aspecto. Es casi unanimidad que se necesitan más recursos para la primera infancia.
Estos días además Álvaro Delgado sacudió el tablero político presentando una innovadora idea de apoyo a los jóvenes más vulnerables para terminar el liceo y la apuesta por universalizar las escuelas de tiempo completo también en los sectores de menores ingresos. También se habla de aumentar la inversión en reinserción de presos o en ciencia y tecnología, todas cosas que personalmente comparto. Lo que no comparto, y creo que es muy dañino como idea de política pública, es que todo esto se puede hacer con una lógica incremental sin tocar nada de lo existente.
Suponer que el Estado uruguayo puede expandirse de esa forma sin dejar de hacer nada es el camino perfecto al estancamiento económico. No hay ninguna posibilidad de satisfacer las aspiraciones de empleo y salario de los uruguayos montando todos estos incrementos de gasto público arriba de lo que ya existe.
Estos días vimos una escena entre dos candidatos que lamentaban que cerraron los Centros MEC. Como bien explicaba Álvaro Ahunchain en estas mismas páginas el proyecto Centros MEC derivó en un desastre. Se montaron decenas de oficinas con administrativos y computadoras, sin fines claros, sin coordinar con los actores locales y con una gestión que rayó la corrupción.
Esta iniciativa fue muy bien cerrada por estar mal evaluada. En su lugar la Dirección de Cultura inauguró 33 centros culturales en el interior en conjunto con las intendencias e intendencias locales, promovió una Agencia Audiovisual y se hicieron numerosos llamados públicos y abiertos con jurados independientes.
¿Se hubiera podido hacer todo esto sin cerrar los Centros MEC? Sí, hubiera sido una pésima forma de cuidar los recursos de los ciudadanos plantear esa agenda cultural de forma incremental agregando capas sobre proyectos inertes que no reportan ningún beneficio claro. Con sabiduría y valor, la directora Nacional de Cultura Mariana Wainstein tuvo la claridad de dejar de hacer algunas cosas para poder hacer otras.
Claro que hubo gente enojada y pataleando. De eso se trata gobernar, de arbitrar intereses priorizando el bien común.
El que quiera que todo el mundo lo quiera o que no sea capaz de soportar el enojo y el pataleo de algunos que por favor no busque un lugar en la gestión pública. Querer dejar a todo el mundo contento es el camino perfecto al desastre en materia de gestión pública.
A quienes les toque gobernar a partir del 1° de marzo de 2025 deben llegar teniendo muy claro qué cosas van a dejar de hacer para poder hacer otras.
Está muy bien hablar de la primera infancia y de la ciencia. Pero no es posible, o mejor dicho, es muy inconveniente pretender que el Estado absorba nuevas funciones pero ser incapaz de mirar a la cara a un burócrata y decirle que esa oficina no es prioridad, que se debe fusionar con otra agencia o que directamente se va a dejar de hacer eso para poder hacer otras cosas.