Cintillos al desván

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Frase típica de padre añoso, dirigida al hijo arrepentido: “Yo te lo advertí”. En enero de 2018, titulé una columna de este mismo diario “Pensar en bloque”, reclamando a la entonces desunida coalición opositora que trabajara en una estrategia común para derrotar al Frente Amplio en la elección de 2019.

La iniciativa política la tomó Julio María Sanguinetti, que se reunió a ese efecto con Luis Lacalle Pou y Jorge Larrañaga. La coalición fue tomando forma, primero con el frívolo adjetivo de “multicolor” y luego con el más pertinente de “republicana”. Rápidamente se escucharon voces proclives a dar un paso más ambicioso y generar un lema común con ese título. La voz cantante en las redes la llevó Graziano Pascale. Pero esa idea no prosperó por distintas razones. Primero, se adujo que presentarse a la elección de octubre con cuatro lemas -y, por tanto, con otros tantos candidatos diferentes- favorecería a la Coalición, haciéndola entrar en modo catch-all, semejante al que diera fortaleza a los partidos fundacionales en épocas de doble voto simultáneo. Segundo porque los partidos minoritarios aceptaban un proyecto común, pero no una identificación tan extrema, por aquel prurito erróneamente purista de “juntos pero no revueltos”. Y tercero, por la particularidad electoral de varios departamentos del interior, donde la contienda se libra entre sectores distintos del Partido Nacional. Ilusionados con tener la vaca atada, esos blancos no veían necesario acordar con colorados, cabildantes e independientes. Rencillas de zócalo hacían que algunos colorados percibieran lo mismo, logrando con ello que el Frente Amplio ganara la intendencia de Salto en 2019 con la minoría mayor. Tal vez el mejor símbolo de esa incomprensión fue que, en las internas de 2019, el ensayo de lema “Coalición Republicana” no alcanzó siquiera los 500 votos necesarios para instalarse, omisión felizmente subsanada en las de este año.

El prejuicio contrario al lema común provocó su peor consecuencia en la elección parlamentaria del domingo pasado: sin ánimo de ser contrafáctico, es absolutamente cierto que de haberse presentado los partidos coalicionistas bajo un mismo lema, con la acumulación de restos hubieran obtenido más bancas parlamentarias (ni más ni menos lo que aprovechó el FA) y hoy no estaríamos hablando de una mayoría frenteamplista en el Senado.

Siento la tranquilidad de conciencia de que, junto a Graziano y pocos más, lo dijimos desde el principio.

Como están dadas las cosas, nos queda menos de un mes para consolidar esa pequeña diferencia de 3 o 4 puntos a favor de la Coalición, y que la militancia extremadamente eficiente del FA, ahora con el argumento de su mayoría en el Senado, no la volatilice, como casi lo logra en el balotaje de 2019.

La dirigencia política tiene que apearse de una vez por todas de los sentimentalismos partidarios y ser pragmática: el poncho y el sobretodo, al ropero. Los cintillos al desván. Nadie discute la historia gloriosa de nuestros partidos fundacionales; sin duda merece ser recordada y apreciada. Pero los paradigmas instalados en el pasado no tienen ninguna aplicación práctica en el presente. Hoy el país está plenamente “balotajizado” y se consolida un bipartidismo de hecho: de un lado hay un bloque republicano y liberal y del otro uno bien distinto, de inspiración colectivista.

Escucho y leo los argumentos que despliega el Frente Amplio de cara al 24 de noviembre y, otra vez y como siempre, ponen el énfasis en la bala que mató a Aparicio, la Heroica Paysandú, los mártires de Quinteros y toda la parafernalia. Buscan la grieta entre los partidos fundacionales porque saben que acentuarla equivale a pescar algún votito despistado.

Pero de este lado es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. De este lado estamos los que nos negamos a cacerolear en marzo de 2020. Los que nos irritamos por las mentiras demagógicas contra la LUC y la gatopardista “libertad de acción” ante el destructivo plebiscito del Pit-Cnt. Los que nunca invitaremos a Nicolás Maduro a nuestro cumpleaños, por más que la torta alcance.

Son coincidencias mucho más profundas que las que pueden unir hoy a los astoribergaristas con los bolches.

Si hubiéramos votado a nuestros respectivos partidos, pero todos bajo el lema Coalición Republicana, hoy la mayoría parlamentaria sería nuestra y ganar el balotaje, un mero trámite. La desgastante interna entre Álvaro Delgado y Andrés Ojeda -que tanto daño hizo al caudal electoral del Partido Independiente- se hubiera procesado en junio y habríamos ganado estos últimos meses para unir esfuerzos en un programa común. Pero seguir poniendo el respirador artificial al contexto político fundante del siglo XIX nos pone ahora en una coyuntura más que delicada.

Ojalá este porrazo sirva a la dirigencia coalicionista para entender que ser pragmáticos no implica deshonrar los principios. Al contrario: es la única herramienta para mantenerlos vigentes y al amparo de cualquier populismo liberticida.

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