Circo argentino

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Los argentinos sabrán en una semana cuál pesadilla van a vivir. En una elección imposible, la certeza es una: la inevitabilidad de la tragedia.

Si Churchill dijo que Rusia era un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma, Argentina es una incógnita envuelta en un rompecabezas dentro de un jeroglífico. Cómo explicar lo inexplicable.

Qué dirá el forense que ejecute la autopsia. Hace un siglo estaba entre las diez más ricas del mundo, hoy tiene 40% de pobres. Un largo período de fragilidad institucional con seis golpes de Estado entre 1930 y 1976 dejó una democracia débil.

Apenas en 1989, y después de más de seis décadas, un presidente civil le entregó el poder a un sucesor electo. Fue un traspaso de mando anticipado en medio de una hiperinflación del 3.000%.

Argentina fue próspera, pero no moderna y, junto al proteccionismo comercial, una vocación aislacionista e instituciones de papel, no pudo instrumentar políticas exitosas de largo aliento.

Durante el cenit argentino, apenas un cuarto de los porteños eran alfabetos y no alcanzó a generar una masa formada capaz de introducirse en industrias competitivas.

Las promesas peronistas de proteger la producción local y defender los derechos de los trabajadores encontraron eco en un pueblo que sentía la creciente brecha con los potentados.

El intervencionismo en la economía ha sido una predilección de buena parte de los sectores. El kirchnerismo dio una clase magistral de cómo hacerlo. Subsidios y despilfarro, cortoplacismo y corrupción: su marca registrada.

Cuesta pensar en beneficios del mesianismo peronista, esa máquina amorfa y ecléctica de sostener el poder. Cuesta creer que el enfoque haya sido el que el país necesitaba.

Argentina es sinónimo de muchas cosas, pero no de estabilidad. El experimento menemista parió al esperpento kirchnerista que, a su vez, engendró al dislate mileista.

La embajada de Estados Unidos llegó a quejarse en los noventa, no de la existencia de coimas, sino del monto: 40% era demasiado. El menemismo de la pizza y el champagne, marcado por las privatizaciones y la corrupción, desacreditó las reformas liberales en su versión argentina.

El kirchnerismo agrietó e irritó a una sociedad descreída. Entre 1995 y 2010, la fortuna de Néstor Kirchner y Cristina Fernández se incrementó 46 veces. Condenada a prisión, acusada en varias causas, desde hace años que ella tiene una prioridad: evitar la cárcel.

El paréntesis macrista fue insuficiente y ahondó la decepción. Su incontenible soberbia, y su afán de poder, concibieron la actual división opositora.

La corrupción suele reducir el atractivo del capitalismo y mover a los votantes hacia la izquierda. Una teoría es que la gente prefiere distribuir lo poco que hay. Quizá explique que los argentinos insistan con un modelo que genera pobreza y donde el 52% de la población recibe algún tipo de asistencial social del Estado.

Pocos espectáculos desprenden tanta tristeza como un circo, ese compendio de nostalgia errante y circular claustrofobia. En Argentina, el público se debate entre un camaleónico contorsionista desatado por su ambición infinita y un excéntrico felino dominado por sus demonios internos.

El público sabe que las piruetas se hacen sin red. Sabe que sobran payasos de chistes malos que solo entretienen a tres tipos de espectadores: a los que no los entienden, a los que no tienen nada para perder, a los que siempre ganan.

Si no parece capaz de gobernarse a sí mismo, de Milei no cabría esperar gobernabilidad de ningún tipo. Muchos seres humanos generan un vínculo especial con sus mascotas. Pocos aseguran comunicarse con ellas. A casi nadie lo asesora un perro muerto. Imaginen a esa persona dirigiendo un país.

Del pajarito de Maduro al perro de Milei hay un abismo ideológico y una característica en común: el realismo mágico.

¿Y Massa? Pocas cosas más argentinas que esta versión de segunda vuelta, edulcorada y embaucadora. Un etéreo y traicionero proceso “deskirchnerizador”. Un vivo recuerdo de que la coherencia no es necesaria para triunfar en política. Lo desnuda un dato banal: ha sido hincha de tres equipos.

Quizá, y es un quizá del tamaño de la Patagonia, Massa sea tan adepto a este pasatiempo peronista de arruinar un país que logre domar a la fiera. El precio será astronómico y el costo, incalculable. La única eventual salida implica un ajuste mayúsculo para una sociedad que desafía las leyes del hartazgo.

El país de la inflación de tres dígitos. De los 200.000 beneficiarios de planes sociales que viajaron al exterior. Del chico que usó sus dos becas para ir a la final de la Libertadores. De la gente que acampó afuera del Monumental durante cinco meses para ver a Taylor Swift.

En el país de la hipérbole a flor de piel, cómo cuestionar a los que insisten con dilapidar la nada que les queda. Hace poco más de un siglo ese país empezó a hundirse. Qué argumentos existen para pensar que si gana uno, u otro, habrá solución. De qué agarrarse para ilusionarse con otra Argentina, para qué mirar tanto hacia ese lado.

Es tan fácil opinar de afuera. Es tan fácil hacerlo cuando no es tu casa la que está en llamas. Lo difícil es apagar un incendio si no te das cuenta de que mientras tu mano oscila entre acariciar la gloria y cavar tu propio pozo, la otra pasa metida en la lata y nunca nadie se arrima para tirar agua.

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