Mohamed Bin Rashid al Maktum ha sido denunciado por su propia hija, la princesa Latifa, de tenerla secuestrada. Una de sus esposas huyó del país y, desde Gran Bretaña, le ganó un juicio al poderoso monarca.
Otras voces lo acusaron de maltratar y torturar a las mujeres de su familia, pero sólo Haya Bin Hussein logró vencerlo en un estrado judicial, porque es la hija del fallecido rey Hussein de Jordania y hermana del actual monarca hachemita, Abdulla II.
A pesar de las oscuras sombras que pesan sobre el primer ministro de Emiratos Árabes Unidos, en Occidente se habla más de Dubai, el emirato sobre el que impera como monarca absoluto. Ocurre que el emir Al Maktum tuvo una novedosa idea para resolver dos problemas: el no lejano agotamiento de sus yacimientos petrolíferos y la imagen internacional.
De lo que habla el mundo es de la ciudad de los rascacielos infinitos, los hoteles siete estrellas y las islas con forma de palmera construidas en las aguas del Golfo Pérsico. Esa Disneylandia del turismo internacional que es Dubai, es la imagen de modernidad que oculta a la del oscuro emir que la creó.
El emir qatarí no tiene, que se sepa, episodios truculentos en su vida privada. Pero en Qatar también impera un régimen de monarquía absolutista que, como en los demás estados de la península arábiga, hace que el país sea, de hecho, una propiedad de la familia real. También como en sus vecinos, además de la vertiente salafista de Islam, la Sharia (ley coránica) gravita de manera importante sobre las leyes y la mujer tiene menos derechos que el hombre.
Lo que tiene en común Tamim bin Hammad al Thani con el emir de Dubai, es que también él tuvo una idea original para cubrir los ingresos que dentro de poco tiempo dejará de dar el petróleo, con las ganancias obtenidas en negocios internacionales por un Estado-empresa.
El monarca qatarí continuó y profundizó la política iniciada por su padre, Hammad bin Jalifa al Thani al crear la cadena periodística Al Jazeera y al impulsar en el mundo la marca Qatar, colocando esa palabra en el pecho de los jugadores del Barcelona Fútbol Club.
Esa política es la que acaba de convertir a Lionel Messi en estrella del principal equipo del fútbol francés. Ocurre que el París Saint Germain es el club que compró años atrás la empresa que está convirtiendo a Qatar en una exitosa marca en el deporte mundial.
El pequeño país peninsular empezó a avanzar hacia las luminarias del deporte cuando Tamim, por entonces príncipe heredero, creó Qatar Sport Investments, la empresa que poco después compró el club francés.
Una compañía que si bien tiene accionistas privados, pertenece también a la familia real. En rigor, el Estado y su territorio le pertenecen a la familia Al Thani.
Imponiendo la marca Qatar y haciendo negocios exitosos, el país de la familia real logró más ingresos que los que dejaba la recolección y comercio de perlas, como también sobrevivir al duro bloqueo que le impusieron sus vecinos Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, además de Egipto, para obligarlo a romper relaciones con Irán.
Su abuelo Jalifa al Thani había logrado en 1971 el fin del protectorado británico. Hammad derrocó a su padre con un golpe palaciego a mediados de los años ‘90, iniciando el proceso continuado por su hijo Tamim tras la abdicación en el 2013.
A rutilantes torneos internacionales en diversas disciplinas y el próximo mundial de fútbol, se suma ahora Lionel Messi, última gran adquisición de un reino absolutista con rasgos medievales y oscurantistas pero que, como la Dubai del cruel Muhamed Bin Rashid al Maktum, ha logrado que su nombre brille con imagen de modernidad ante un mundo fácil de encandilar.