¿Es la identidad de coalición la nueva identidad partidaria? ¿Para qué cantidad de votantes es lo mismo votar por un blanco que por un colorado? Estas preguntas vienen acrecentándose en mí desde hace un tiempo, pero más aún, posteriormente a las elecciones del 27 de octubre.
Muchos jóvenes que votaron por primera vez en la pasada elección lo hicieron convencidos de dos cosas: no querer que vuelva el Frente Amplio al poder y que la vida política de su país siga siendo como la conocieron en estos últimos años, con el gobierno de Luis Lacalle Pou.
“No sé si votar por Delgado o por Ojeda, pero es lo mismo, es la coalición” fueron las palabras de una amiga que votó por primera vez, antes de entrar a su circuito.
Es difícil sacarse el chip partidario para los que crecimos escuchando de diferencias innegociables, de carácter histórico, entre blancos y colorados. Sin embargo, es absurdo no ser capaces de entender porque hay toda una nueva generación que antes de identificarse con tal o cual partido, se identifica más rápidamente con la coalición en su totalidad.
Pero, ¿esto ocupa realmente a las estructuras partidarias?
¿O se entiende como un fenómeno más, propio de su tiempo, y que en definitiva, sirve?
Los votos están, quedó demostrado la noche del último domingo de octubre, y una gran parte de esos votos fueron de la mano de aquellos que no están interesados en identificarse partidariamente con blancos y colorados, sino que lo hacen, en mayor o menor medida, con ambos.
Y sí, la coalición no se sostendría por sí sola únicamente por quienes vamos año tras año a Masoller, ni por los que cantamos de principio a fin el cancionero nacionalista sin titubear ni una estrofa, tampoco por aquellos que conservan la misma mística al hablar de Pepe Batlle.
Porque es claro, la coalición republicana no se sostiene con mística, de hecho, se sostiene pensando más allá de aquellas diferencias que en otros momentos históricos fueron irreconciliables, pero que hoy son las que se necesitan para llevar adelante un modelo de país.
Esto quedó evidenciado, por ejemplo, en el discurso de Álvaro Delgado, luego de conocerse los resultados, cuando pasó de ser el candidato nacionalista a ser el candidato de toda una coalición.
“El gobierno no se puede comer al partido”, escuché decir hace un tiempo a una dirigente nacionalista.
Yo le agregaría que la coalición, tampoco.
Para gobernar hay que ceder, lo dejó demostrado nuestro actual presidente, por lo que entiendo que es un gran desafío para los dirigentes de las primeras líneas de batalla, volver, en algún punto, al origen.
Peyorativamente, la izquierda ha usado por varios años el término “rosaditos” para referirse a los partidos tradicionales, o mejor dicho, a la fusión de ellos.
Pero ha sido, en definitiva, esa sumatoria acaudalada de simpatizantes de unos, otros y ambos, lo que nos ha traído hasta acá.
Y lo que, inteligentemente, los principales líderes de estos bandos, han sabido usar para asegurar una próxima victoria de la coalición de cara al balotaje.