Un dato gravitante de nuestra realidad política es que el FA tiene un cerno impenetrable de más o menos el 40% del electorado, con un porcentaje todavía más alto en la capital de Montevideo. Y no es de hoy.
Además, viene creciendo en muchos departamentos del Interior, lo que levanta la inquietud de si hay una correlación entre urbanización y crecimiento de la izquierda vernácula.
En estos días, los blancos (también otros, pero voy a concentrarme en los míos), están en plena gimnasia explicatoria, expiatoria, del resultado electoral, con diferentes intentos, empezando por los poco leales (y menos útiles) de intercambiar culpas y acusaciones.
Presiento que poca utilidad saldrá de todo eso. Es probable que haya fallos de liderazgo, de imagen, de mensaje, de militancia y de otras cosas puntuales, pero la razón de fondo, por la cual perdimos la elección y que explica lo dicho al comienzo, es más profunda y más permanente que los análisis coyunturales.
De donde se sigue que el encare debe ir más a fondo. El asunto es político en sus manifestaciones, pero cultural en sus causas.
Ahí está la explicación de por qué tanta gente resiste a los partidos tradicionales y no cree en ellos (no lo suficiente, no para ciertas cosas), al tiempo de aceptar al FA (cualquiera sean sus propuestas y cualesquiera sus candidatos).
Es cierto, hay también algo de ideología, pero está circunscripta a sectores del Frente Amplio que votaron muy mal.
Creo que se pueden sacar algunas conclusiones de la última elección:
-No hizo mella la gestión del gobierno ni tampoco los esfuerzos por comparar gestiones.
-No parece haber habido una diferencia en las propuestas que haya resultado gravitante.
-Es plausible sostener que el talante medio del electorado no era de desestabilización, de reclamo de cambios.
Más bien, el encare general fue de escasa trascendencia.
-Eso se ambientó en una visión, también mayoritaria, de la realidad como poco amenazante: no aparecía la necesidad de encarar cosas heroicas. Más bien, el foco tendía a estar en el bienestar: como evitar que la cosa se estropeara.
O sea, no había que afinar el análisis, procurando quién pudiera salvar al país de una crisis.
Creo que ese ambiente facilitó la imposición por parte del FA de un relato que, en cuanto a la descripción de hechos, fue surrealista (país que se cae en pedazos, etcétera), pero que se impuso y fortaleció el ethos solidario-empático del FA.
¿Cómo se hace para cambiar eso?
No es algo sencillo. No se hará en una campaña electoral. Llevará años, como todo tema cultural.
La última elección demostró, a mi juicio, que intentar competir en el imaginario popular de la igualdad, la sensibilidad social, el “Estado presente” y otros tótems social-demócrata-batllistas, no da resultado. Al mismo discurso, o uno similar, mucha gente le cree al candidato frentista y a lo otros no.
Hay que convencerse de que no ganaremos compitiendo a ser mejor iguales.
Tenemos que jugarnos a lo que somos (y, antes que nada, creerlo): liberales.
No será fácil, implica riegos, pero creo que el único camino con chances es el de hacer una prédica liberal seria, fundada y empática. Sobran argumentos para ello y no se debe temer el mote de “neoliberal”.
Eso si, no hay que pensar en una estrategia electoral para una próxima campaña. Es algo a desarrollar durante todo el período.
Se va a poder estribar sobre la gestión del próximo gobierno, que no podrá ser satisfactoria, no haciendo una oposición ofuscada y cerril (por más que al FA le sirvió ), sino seria y docente, eligiendo temas y demostrando. Sin apuro, machacando.
No se trata del camino más fácil y tampoco tiene garantías de éxito. La experiencia parece demostrar que la prédica liberal prende con facilidad en momentos de crisis, mientras que en tiempos calmos domina el discurso facilongo-igualitario.
Pero, el camino que propongo, a mi juicio, reúne el tener las mejores posibilidades y, a la vez, ser el que mejor sirve al país.
Es una tarea para el Directorio del Partido: montar desde ya un equipo que combine pienso, experiencia, militancia y comunicación, de una forma sistemática y moderna.
No es asunto de individualismos, sino de un abordaje comprensivo y planeado.
Si no apuntamos al cerno y usando nuestro cerno de convicciones, nuestras esperanzas estarán colgadas de Orsi y Lacalle Pou, para mal y bien.
No es sustancia suficiente para una nación.