Con el dedo en el gatillo nuclear

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Claudio Fantini.
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Cada retroceso del ejército ruso en los territorios invadidos de Ucrania, acerca el dedo de Vladimir Putin al gatillo nuclear.

Los misiles convencionales que cayeron en el corazón de Kiev y sobre edificios civiles de Zaporiyia, Lviv y Dnipro, como respuesta al ataque ucraniano contra el puente que construyó Moscú sobre el estrecho de Kerch dando monumentalidad a la anexión de Crimea, son el aviso de que Rusia puede borrar del mapa las ciudades del país invadido.

Las decenas de civiles muertos en la capital y demás urbes atacadas, avisan también que el dedo de Putin se acerca al gatillo nuclear y que lo apretará si sus tropas siguen perdiendo territorios.

Desde la irrupción de las bombas atómicas, jamás el peligro de una guerra nuclear fue tan grande como en estos días. Los ataques a Hiroshima y Nagasaki no podían ser respondidos por Japón. En cambio ahora, la respuesta sería inexorable.

El posible holocausto nuclear comenzaría con el uso de armas tácticas rusas en Ucrania. Esos misiles tienen un poder de destrucción acotado, pero pueden causar aniquilamiento en masa.

Si Rusia usa armas tácticas, de inmediato el conflicto activaría la intervención de la OTAN, atacando también con misiles nucleares tácticos a las fuerzas rusas en Crimea y otros territorios ucranianos invadidos. Pero si Putin inicia la escalada nuclear para impedir una derrota en Ucrania ¿por qué se detendría ante una respuesta de la alianza atlántica en los mismos términos?

En esa instancia, es más lógico suponer que el líder ruso seguiría intentando evitar una derrota y la única posibilidad, a esa altura, está en recurrir a los misiles de alcance medio y a los proyectiles intercontinentales. O sea, lanzarse a la guerra nuclear total.

El presidente norteamericano recurrió al término que aparece en el capítulo 16 del Libro del Apocalipsis. La palabra “Armagedón” alude al monte Megido, cercano a la ciudad de Nazaret, donde el Antiguo Testamento dice que se librará “la batalla final entre el bien y el mal”, que causará una destrucción apocalíptica.

Joe Biden dijo estar viendo al Armagedón más cerca que nunca antes en la historia. Eso significa que el actual peligro de guerra nuclear supera al que se dio durante la Crisis de los Misiles de 1962.

Puede sonar tremendista, pero no es un análisis descabellado. Al comenzar la década del ´60, Nikkita Jrushev instaló misiles soviéticos en Cuba para forzar, en negociaciones de tensión electrizante, lo que se proponía: que Estados Unidos retire de Turquía los misiles Júpiter, con capacidad de llegar con sus ojivas atómicas a Moscú en diez minutos.

Aquel líder soviético no tenía otro objetivo que ése y sabía que en el Despacho Oval había un líder sensato para negociar: John Kennedy.
Jrushev logró lo que se proponía y, de paso, consiguió de Kennedy un compromiso que, a su modo, los norteamericanos cumplieron: no lanzar una invasión ni otro tipo de ataque militar directo contra Cuba.

El mayor peligro de guerra nuclear en aquel momento fue Fidel Castro, quien reclamaba a Jrushev no retirar los misiles y responder a un ataque norteamericano sobre la isla lanzando esos proyectiles nucleares contra ciudades estadounidenses. Pero ese no era el plan del jefe del Kremlin. Mientras, en Washington, los debates del Consejo de Seguridad Nacional en los que participaba el duro secretario de Defensa Robert McNamara, dejan ver que para Estados Unidos la peor respuesta de la URSS a un ataque contra Cuba sería la toma de Berlín occidental, en lugar de una ofensiva nuclear.

En cambio ahora, el tema es que en el Kremlin no hay un ajedrecista del tablero geoestratégico, sino un líder acostumbrado a ganar guerras que podría perderlo todo si fracasa su acto bélico más injustificable y temerario.

A esta altura del conflicto el presidente de Rusia sabe que, a pesar de la inmensa superioridad numérica, las tropas no son su carta ganadora en la invasión de Ucrania. Carentes de motivación, los soldados del ejército invasor muestran poca de voluntad de combate.

Las escenas entrando en desbande se multiplicaron desde la eficaz ofensiva ucraniana en el noreste y cada retroceso ruso acerca el dedo de Putin al gatillo atómico.

Por eso es posible afirmar que el mundo no se acercó tanto a una conflagración nuclear como lo está haciendo Putin a medida que sus tropas retroceden en Ucrania.

Como una señal irónica de la historia, el poderío militar ruso cuenta con vastos arsenales nucleares en los que muchas de las ojivas son las que Ucrania traspasó en 1994 al Kremlin bajó presión de Moscú, Washington y Londres, para cumplir lo establecido por el Memorándum de Budapest, el tratado en el que Rusia reforzaba su compromiso a respetar las fronteras adquiridas por Kiev dentro de la Unión Soviética.

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