La nueva era trajo consigo formas distintas de evaluar al político, producto de las pautas que vienen con el recambio de generación, la investigación periodística, o la ‘vigilancia’ de las redes sociales.” Eso decía en mi libro “Tiempos de cambio” publicado en 2021. Ya entonces advertía que se habían procesado transformaciones fuertes que obligaban a los políticos a cambiar sus maneras de comportarse. Que el viejo estilo, con sus vicios tolerados, ya no corría más.
Esto vale para todos, pero en especial para aquellos que creen que por tener poder e influencia en regiones lejanas y olvidadas, cuentan con impunidad y por lo tanto están habilitados para jugar al borde de las reglas o directamente por fuera de ellas. Creen que viven en los tiempos en que del otro lado de la comarca nadie se enteraba y dentro de ella, todo se perdonaba.
Lo del renunciante intendente Pablo Caram debería ser una lección. Aunque ya antes, otros políticos, incluso algunos por mucho menos, han pagado caro el no haber tomado nota de estos cambios.
Hoy todo se sabe y nada en la vida de un dirigente, es personal e íntimo. Como sostenía en ese libro, hace ya casi cuatro años, había llegado un “tiempo de conductas vigiladas” y gustara o no, a sus reglas había que atenerse.
Nada queda sin viralizar, y lo que ocurre en un pequeño pueblo pasa a ser un asunto de prioridad nacional a una velocidad increíble y con difusión descontrolada. Lo que antes era tolerado hoy se reprueba y no hay, para un político, espacio para la reserva: la más inocua de las conversaciones se graba, se filma, se vuelca a las redes, para terminar siendo el titular de un diario o de un noticiero hasta convertirse en escándalo nacional. Si no se aprendió de las filtraciones que salieron de la Fiscalía con chats muy personales, no se aprendió nada.
La justificación de que determinadas conductas no deberían ser castigadas cuando se trata de figuras que siguen contando con un notorio apoyo popular, además explícitamente expresado en las urnas, no redime a nadie. No vale explicar con benignidad ese fenómeno si ocurre en un presunto rincón apartado del país, cuando a la misma vez se cuestiona con santa indignación a los pueblos que siguen votando gobiernos que practican una desembozada megacorrupción como ocurría con los Kirchner en Argentina.
Sí, sin duda hay razones que explican por qué la gente vota de determinada manera, tanto en Argentina como en Artigas, y es necesario entenderlas. Pero entenderlas no es avalarlas.
Respecto a este lío de Artigas en particular, es saludable que hayan sido los propios blancos quienes desplegaron su indignación ante Caram. Desde el candidato Álvaro Delgado que pidió enseguida su renuncia al cargo, hasta el último de los militantes. Cuando en los períodos pasados se supo de casos de irregularidades vinculados a figuras frentistas en cargos de gobierno, la resistencia a reconocerlo fue muy llamativa y en algunas ocasiones solo a las cansadas se admitió que había un problema y se pidió la renuncia del involucrado.
El primer paso en el combate contra la corrupción, lo tiene que dar el partido de quien fue encontrado en falta. Si reacciona con claridad, firmeza e inmediatez, se emitirá una señal de saludables reflejos.
Que se viva en una democracia plena no es garantía de que no haya corrupción. La hay aun en las mejores de ellas, pero será en una medida menor. Y si es reducida, es justamente porque existen mecanismos de vigilancia, hay buenos reflejos para denunciarla y funciona una Justicia independiente capaz de sancionarla.
A eso se refería lord Acton cuando hablaba de que el poder corrompía pero el poder absoluto lo hacía absolutamente. Las limitaciones institucionales de una democracia, eliminan aquello de lo “absoluto”. Es en las dictaduras o en los actuales autoritarismos populistas donde la corrupción alcanza límites desmedidos y a veces niveles insólitos de impunidad.
Lo de Caram, en cambio, fue dado a conocer por los medios: justamente este diario fue el primero en informarlo hace ya un tiempo. Un diputado colorado de Artigas expuso cómo funcionaba la trama. Y en los últimos días la Justicia falló y la Corte Electoral recordó que a partir de ese fallo quedaba inhabilitado para seguir con su cargo público.
Todo ocurrió como debe ser.
Cuando se conocen situaciones de este tipo, sus involucrados no dudan en lanzar al ruedo una llorosa letanía, poco convincente, que se remite a la expresión “tengo la conciencia tranquila”. Todos lo dicen. Tanto es así que mucha gente descreída, se ve obligada a revisar en el diccionario para confirmar el significado de ambos términos y descubrir que ni “conciencia” ni “tranquila” significan lo mismo para unos y otros.
También termina ocurriendo que por lo general, los muchos políticos (del partido que sea) que nunca necesitan andar repitiendo esa expresión, es porque en definitiva, no tienen problemas con su conciencia.
Eso también debería ser una buena noticia.