Continuando

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Es natural que protagonistas y analistas sociólogos se encarnicen en detectar los errores de planteo y de campaña que le restaron votos a Álvaro Delgado, que se postulaba como la continuidad de la gestión de un Presidente que durante todo el período mantuvo un apoyo del orden del 50% y más y muestra una troja de indicadores positivos.

Trozado el resultado electoral para analizarlo, en cada presa -o por cada posta, como ahora se dice- se puede identificar errores y culpables.

Encarado el fallo del soberano como la unidad decisora que es, salta a la vista que cuando el Frente Amplio demoró en condenar los abusos de Sendic y su baracutanga, perdió la elección de 2019 y que cuando el Poder Ejecutivo demoró en deshacerse de los gestores del pasaporte Marset y en tomar distancia de Penadés y Astesiano, perdió los comicios de 2024. No sólo en el primer momento, sino en el trámite de las indagaciones parlamentarias y fiscales, hubo momentos en que el Poder Ejecutivo perdió el centro del ring. Y eso, en las urnas tiene un costo.

Por lo demás, el enfoque no debe ignorar que los lemas tradicionales de la Coalición Republicana llevan más de un siglo cultivando, por muy buenas razones, el más visceral rechazo a la influencia directriz de los Presidentes de la República en la vida de los partidos y en las campañas electorales. Tampoco debe olvidar las veces que el continuismo se dio de bruces contra la soberanía del voto secreto.

En el caso, la abstención -formal y obediente a la prohibición constitucional- del Dr. Lacalle Pou no impidió que la postulación de Delgado apareciera como “más de lo mismo”: y eso puede concitar aprobación y aplauso -¡vaya si lo mereció lo mucho que hizo bien el gobierno que ahora se va!- pero no seduce y no inspira.

En definitiva la política es un capítulo grande de la filosofía de la persona, y la persona para vivificarse necesita ideales últimos y propósitos de cambio inmediato que le levanten el ánimo con entusiasmos -etimológicamente, “con los dioses adentro”.

El Uruguay entrará en una nueva etapa. En la rígida opción binaria que impone el balotaje, Yamandú Orsi ha sido elegido Presidente de la República con el voto de sectores radicales y no radicales, gremiales y no gremiales, marxistas y no marxistas, doctrinarios y pragmáticos, dictatoriales y demócratas. Asumirá en un país de convicciones desteñidas por el relativismo y el funcionalismo, sin hábito de mirar a 10, 20 o 50 años plazo. Asumirá tras un gobierno que ha respetado los principios generales de Derecho pero con ellos no hizo escuela ni prédica.

En este contexto, hay que desear que el Presidente de la República busque el equilibrio en soluciones de justicia y libertad.

Y hay que batallar desde ya mismo para que todos sean escuchados por el peso de sus razones y no sólo de sus votos. De ese modo, con cargos o sin ellos, todos contribuiremos a la reflexión pública.

El Uruguay tiene un déficit cultural mucho mayor que el de su presupuesto. Recuperarnos de esa caída y devolverle sustancia a los sentimientos constitucionales es más importante que ganar o perder una elección.

Porque ganando o perdiendo, el pensar y el sentir son la materia prima de lo que vendrá.

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