Tuve el gusto de participar en la presentación de un informe sobre la polarización política en Uruguay publicado por la Fundación Friedrich Ebert. La principal conclusión es que en Uruguay tenemos niveles de polarización bajos y saludables. Los distintos partidos y movimientos comparten los mismos medios de comunicación para hacer llegar sus mensajes, discuten razonablemente la interpretación de los hechos (sin que nadie niegue los mismos) y la enorme mayoría de los dirigentes sostiene que es fácil o muy fácil hablar con el adversario. Buenas noticias, pero ojo con la autocomplacencia.
Efectivamente vivimos en un país con una cultura política muy civilizada. Hace unas cuantas décadas que no conocemos la violencia política y todos los indicadores de institucionalidad política están en buenos niveles. La pregunta restante es, ¿esta baja polarización está logrando canalizar eficazmente las demandas sociales? Personalmente comparto el optimismo general del análisis, pero creo que hay algunas luces amarillas que sería buena cosa atender.
Como bien indica el informe, ciertos niveles de polarización son necesarios. La democracia no es el espacio de la unanimidad, es el de las diferencias. Es el sistema que gestiona institucionalmente las diferencias dentro de mínimos que todos aceptamos. Una democracia en donde las personas no perciben con claridad y simpleza las diferencias básicas entre un partido y otro corre serio riesgo de ser un llamado a la apatía política. De hecho, el Latinobarómetro que compara una cantidad de indicadores en la región, muestra que Uruguay es el país con mayor apego a la democracia, pero que el respaldo irrestricto a ella viene cayendo desde su máximo en 2013.
¿Necesitamos un gran acuerdo nacional multidisciplinario y con todos los actores involucrados? La respuesta corta es que no. Ninguno de los importantes problemas que la democracia uruguaya resolvió desde la vuelta de la democracia en 1985 lo hizo por consenso. Uruguay es hoy un país mucho más rico, abierto, estable y con menos pobreza porque hubo gobiernos que tomaron decisiones no unánimes: la reforma de puertos, la creación de las Afaps, la apertura comercial, el plan de estabilización, el marco regulatorio del sector eléctrico y podríamos seguir un rato. El consenso vino después, cuando le tocó gobernar a los que se habían opuesto y abrazaron esas reformas en silencio.
Esperar que la transformación de la educación se haga sin ninguna polarización es aceptar el quietismo. Pretender que las reformas en el sector de combustibles sigan avanzando por consenso político y social es una forma elegante de decir que no se quiere que nada pase.
Tener niveles saludables de polarización es tener una discusión civilizada sobre ideas y propuestas y no de descalificaciones personales o morales. Confrontar frontalmente ideas y principios es absolutamente imprescindible para el buen funcionamiento de la democracia. Algunos indicadores dan cuenta de un número menor pero creciente de uruguayos que están insatisfechos con el funcionamiento de la democracia, personas que probablemente abonan el: “son todos lo mismo”. Como le gusta decir al presidente, citando a Hayek: “firme con las ideas, suave con las personas”.