El silencio de Cristina Kirchner suena como el “voto no positivo” de Julio Cobos. No obstante, si se necesitara simular mansedumbre, se lo puede presentar como una búsqueda de perfil bajo para no restar protagonismo y centralidad al presidente.
Sin embargo, es más fácil interpretar ese silencio de la vicepresidenta como el que mantuvo frente a la catarata de insultos que disparó la dirigente ultra-kicristinista Fernanda Vallejo contra Alberto Fernández, cuando el jefe de Estado se resistía a modificar el gabinete y la política económica tras la catastrófica derrota sufrida por el oficialismo en las PASO.
Aquel prolongado silencio vicepresidencial culminó con una carta pública en la que no cuestionaba a la diputada haber dicho que el presidente “es un mequetrefe que no sirve para nada”. Al que cuestionaba, y muy duramente, es al presidente que había sido humillado por los insultos de Vallejo.
Con un esfuerzo de imaginación al servicio de pensar en positivo, algunos describen la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque oficialista en la cámara baja, como un gesto de buena voluntad para que su disentimiento con lo acordado con el FMI no influya negativamente en el apoyo de la bancada del Frente de Todos al presidente y las leyes que necesite. No obstante, parece más lógico equiparar esa renuncia (y la que presentó a renglón seguido la vicepresidenta del bloque Cecilia Moreau en disconformidad con el moderado reemplazante que eligió la Casa Rosada) con la que le presentaron los ministros de La Cámpora al presidente cuando Vallejo lo trataba de “ocupa” y de inservible.
La diferencia con lo ocurrido tras las PASO es que en aquella ocasión se trataba de endilgarle a Fernández una derrota y culparlo por ella, propinándole además un linchamiento de imagen pública para que hiciera de inmediato lo que Cristina le exigía hacer con la economía. En cambio, el acuerdo con el Fondo, al menos en lo inmediato, no se presenta como una derrota del gobierno. Por el contrario, la noticia fue bien recibida por buena parte de la sociedad y por los mercados.
Entenderse con el FMI no es algo que encaje en el relato kirchnerista. Cristina y su hijo sólo hubieran aprobado un acuerdo que se parezca a una capitulación vergonzosa del organismo multilateral de crédito. Por cierto, lo acordado no es eso. Pero tampoco es la rendición incondicional que describen en los alrededores de la vicepresidenta.
Las dos partes hicieron concesiones y las que hizo el FMI resultan más novedosas, porque implican salirse de su manual para casos patológicos como el argentino. Cristina y Máximo Kirchner lo saben. Lo que no saben es cómo pararse frente a un hecho consumado que podría frenar el rebote de la economía y doler en el bolsillo de los argentinos pero, paradójicamente, también es posible que genere la confianza que sostenga, aunque más no sea, el rebote de la economía.
Si ocurriera lo segundo, la valoración del gobierno podría revertir su caída libre.
La duda sobre el efecto en el corto y mediano plazo que tendrá el acuerdo con el FMI sobre la economía y, por ende, sobre la evaluación que la sociedad tiene del gobierno, aporta otra explicación de los dos gestos que sacudieron al país: el silencio de la vicepresidenta y la patada al tablero que dio su hijo no son necesariamente contrastantes, pero podrían plantearse en disonancia si el impacto en la economía de los próximos meses cambiara positivamente el humor social.
No se puede descartar que Cristina actúe con cautelosa ambigüedad para que el devenir de los acontecimientos no termine causando lo que tanto teme y ella misma podría estar generando por calibrar mal sus actitudes: el tan mentado advenimiento del “albertismo”.