De magnos y pothos

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Alejandro Magno fundó ciudades más rápido que cualquiera de nosotros en un juego de caja. Nunca fue derrotado en batalla y es uno de los comandantes militares más grandes de la historia. Su sed de fama y admiración eran su motor. Quería ser como sus héroes y competía con ellos. Hércules, Dionisio y en especial Aquiles, el guerrero más poderoso y temido de la mitología griega. Y le ganó.

Tenía 24 años cuando fundó Alejandría en el año 331 a.c. A los 25 ya había derrotado al mayor ejército de su época y se había apoderado del imperio persa. Pero nada era suficiente para él. Siguió por tierras por donde ningún griego había estado antes. La idea de llegar a los límites del mundo lo seducía irresistiblemente.

En su reinado de 13 años cambió por completo la estructura de sus imperio, dando inicio al período helénico de un extraordinario intercambio cultural, en el que los griegos se expandieron por el oriente próximo. Sus hazañas lo convirtieron en un mito, inspirando a los grandes conquistadores de todos los tiempos, como Julio César o Napoleón.

“Pothos” en griego significa el deseo de lo ausente o inalcanzable. No está exento de sufrimiento porque es imposible de saciar. Es no encontrar reposo en las ansias de ir siempre más allá, fundamentalmente para escapar del aburrimiento y la mediocridad. Y puede ser autodestructivo.

No llegaba a los 30 años cuando empezaba a temer que el mundo no fuera lo suficientemente grande para él. Y el éxito es un arma de seducción muy poderosa que se retroalimenta, en especial con uno mismo. Fue entonces cuando su principal motor se volvió su principal problema. Con el tiempo ya no conseguía victorias brillantes, sino que se desgastaba en luchas poco fructíferas. Aun habiendo abandonado su conquista de la India, se detenía a someter a las tribus hostiles que encontraba por el camino. En el Imperio, pero en especial entre sus tropas, empezaron las tensiones que pronto estallarían. Se sentían cada vez más incómodos con su aparente deificación y adopción de costumbres de nuevas culturas. También era conocido por no tolerar opiniones en conflicto con la suya. Alejandro murió en Babilonia con 32 años. La leyenda dice que fue envenenado por sus oficiales de confianza, otros dicen que fue la fiebre o heridas de guerra.

Su muerte solo hizo crecer la leyenda y redobló el mito. Sus generales empezaron a imitar sus gestos, vestimentas, modos y costumbres. Acariciaban su fantasma, aniquilándose entre ellos para ser el sucesor. Pero sin su carisma, respeto y capacidad de infundir temor, pero sobre todo sin su capacidad para gobernar, quedaban opacados por la estela que no dejaba de encandilarlo todo.

A lo largo de la historia, podemos sumar infinidad de nombres a la lista de magnos que, como Alejandro, fueron y son presos de su pothos. Algunos con impacto mundial, otros en nuestro mundo más cercano. Más cerca o más lejos en la historia. Fantaseamos con ellos, nos dejamos seducir por esa mezcla entre lo maravilloso y lo perverso. Si los pusiéramos en un diván, seguramente los diagnosticaríamos de perversos narcisistas o megalómanos, pero se las ingenian para que amemos odiarlos y odiemos amarlos, todo al mismo tiempo. Y nos vuelven a conquistar.

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