De ofensas y opiniones

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Alberto benegas lynch (H)
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Conviene de entrada decir que todo progreso en el conocimiento hace que muchos de los que sostenían opiniones distintas hasta ese momento imperantes se sientan incómodos, molestos, a veces humillados, ridiculizados y ofendidos.

Pero precisamente el derecho a expresar libremente las ideas -la libertad de prensa- resulta trascendental no solo para que la gente se entere de lo que viene sucediendo sino especialmente para el aprendizaje en un contexto siempre evolutivo de permanentes corroboraciones provisorias abiertas a refutaciones.

Todas las ciencias y todo el conocimiento están sujetos a estos avatares, de lo contrario para no molestar, incomodar, ofender o humillar habría que estancarse y renunciar al progreso. Esto también se aplica a otros territorios que últimamente se han debatido que se refieren, por ejemplo, a preferencias o inclinaciones sexuales varias, lo cual, de más está decir debe ser aceptado si no hay lesiones a los derechos, pero también en este caso o similares no quiere decir para nada que otros adhieran o que se abstengan de analizar el asunto.

Claro que hay también una cuestión de modales y de buen gusto. Digamos que estamos en un almuerzo con otras personas y el vecino de asiento tiene mal aliento, en lugar de denunciarlo públicamente es mejor respirar para otro lado. Pero no es cuestión de abstenerse de comentarios en toda circunstancia acatando lo que pretenden ciertos talibanes en cuanto a que todos se callen frente a actitudes que se estiman problemáticas. En realidad estos personajes absurdos apuntan a que todos suscriban sus posiciones lo cual es el mayor ejemplo de intolerancia, dogmatismo y del detestable pensamiento único.

Pensemos en la cantidad enorme de personas que se sintieron ofendidas cuando Galileo desarrollo su tesis condenada severamente por la iglesia católica a pesar de que como escribe Ortega y Gasset “lo obligaron a arrodillarse y abdicar de la física”. Pensemos en la medicina y los adelantos que dejaron atrás teorías equivocadas que fueron reemplazadas por otras, pensemos en la física que podemos ilustrar con dos premios Nobel en esa rama que fueron padre e hijo, Joseph Thomson en 1906, entre otras razones obtuvo el galardón por mostrar que el mundo subatómico está caracterizado por partículas, sin embargo su hijo -George Thomson- recibió el premio en 1937 por señalar que en verdad son ondas.

Por supuesto que como ha destacado una y otra vez Karl Popper, el conocimiento es un peregrinaje en busca de verdades y para el logro de ubicar trozos de tierra fértil en el mar de ignorancia en que nos encontramos debemos estar atentos a nuevos paradigmas. Por ello es que el lema de la Royal Society de Londres afirma nullius in verba, a saber, no hay palabras finales. Y es por eso que Emmanuel Carrére ha estampado la conclusión que “lo contrario a la verdad no es la mentira sino la certeza”. Esto no se traduce en la sandez del relativismo epistemológico sino que muestra que las certezas nublan la mente ya que no está abierta a la incorporación de nuevas ideas.

Otro cantar es si hay apología del delito y figuras tales como las injurias, calumnias y equivalentes a través de lo que se dice o hace, en esta situación intervendrá la justicia para poner las cosas en orden y proteger derechos en caso de haberse lesionado. Pero la opinión que terceros tengan de uno no es algo que pueda controlarse, en última instancia depende de la reputación de cada cual que cuanto más abierto sea el proceso mayores garantías habrá para que surja la verdad.

La reputación no se obtiene por decreto, inexorablemente depende de la opinión libre e independiente de los demás. En este sentido es menester destacar en la benéfica descentralización del conocimiento por lo que el proceso del mercado abierto provee de los instrumentos e incentivos para lograr las metas respecto a la calidad en estas y en otras ramas. Y cuando se alude al mercado, demás está decir que no nos referimos a un lugar ni a una cosa sino a las millones de opiniones y arreglos contractuales preferidos por la gente al efecto de coordinar resultados.

El mercado libre estimula la concordia, enseña a cumplir con la palabra empeñada, mueve a la cooperación social y decanta las opiniones válidas sobre personas y cosas. Ambas partes saben que uno depende del otro para lograr sus objetivos personales. Las dos partes saben que si no cumplen con lo estipulado se corta la relación comercial y se afecta la reputación.

La trampa, el engaño y el fraude se traducen en ostracismo comercial y social puesto que la reputación descalifica a quien procede de esa manera. Significan la muerte cívica. En la sociedad abierta, el cuidado del nombre o, para el caso, la marca, resulta crucial para mantener relaciones interpersonales.

La reputación no es algo que posea en propiedad el titular sino que, como queda expresado, deriva de contrastar y dilucidar opiniones de terceros. Los incentivos fuertes que genera la sociedad libre en competencia constituyen el mejor modo de producir opiniones valederas sobre los muy diversos aspectos que se suscitan en las relaciones interindividuales y, asimismo, la manera más eficiente de poner al descubierto y descartar las opiniones falsas.

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