Del caos al porvenir

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Rotundo, el pueblo argentino sepultó en las urnas al latrocinio kirchnerista que lo postró. Las pretensiones presidenciales del ministro de Economía recibieron el revolcón que merecía su 140% anual de inflación. El asco por la delincuencia gobernante fue más fuerte que la compra de votos con “platita” expoliada al erario exhausto. Una mayoría aplastante rechazó votar a Sergio Massa, pese al reclamo de gurúes como nuestro Mujica.

En menos de tres semanas, la titiritera del descalabro quedará sin fueros. A la condena por administración fraudulenta -6 años de prisión e inhabilitación de por vida- se sumarán los fallos a recaer en las causas pendientes.

En la estrechez bipolar del balotaje triunfó el economista Javier Milei, apoyado en La Libertad Avanza, que es un movimiento y no un partido. El principio que afirma, la libertad, es cardinal para la persona y el Estado de Derecho. Afirmado en todas las Constituciones civilizadas, el principio de libertad no basta por sí solo para definir una corriente partidaria ni para completar una gestión de gobierno, que necesita integrarlo con sentimientos tan altos como la fraternidad y la justicia y requiere planes y no solo proclamas.

El triunfo del economista Milei nació a contrapelo de un caos solo imaginable en las más atrasadas republiquetas. Lo consiguió un casi outsider, que antes de la primera vuelta electoral agitó proyectos heterodoxos, como suprimir el Banco Central y liberar la compra de armas.

Felizmente, en su campaña para el balotaje retiró esos temas. Y al triunfar afirmó la libertad y la legalidad, lo cual es excelente en quien se propone encarar una revolución sin tener mayoría parlamentaria y bajo la amenaza explícita de conflictos sin fin.

La inspiración es liberal. Y sí: hace falta el liberalismo para desmontar la omnipresencia del Estado peronista degradado a kirchnerista, acabando con el favoritismo político-corporativo que estranguló la iniciativa económica y expulsó cerebros. Eso sí: la palabra “liberalismo” se usa hoy solo para designar la libertad de los mercados, haciendo olvidar su sentido profundo de libertad de pensamiento, de garantía para el derecho a discrepar, de actitud abierta para atender las razones ajenas y amalgamarlas en nuevas síntesis.

Nuestro Vaz Ferreira enseñaba a contraponer las almas liberales con las almas tutoriales. Desde ese enfoque, el liberalismo económico no debe ser un dogma fanatizante, que impida entender cuándo es necesaria la acción del Estado más o menos socializante.

El liberalismo económico debe asentarse en la libertad de pensar, planificar y actuar a que está llamada toda criatura humana. Esa libertad puede parecer abstracta pero es concreta y utilísima. En ese plano, el Uruguay está en las antípodas de hacer de sus políticos una casta. Al revés: en todos los partidos se han generado figuras que han descollado por las virtudes de su alma liberal. Cuando nos admiran desde afuera, es gracias a que con esas virtudes logramos las síntesis sin extremismos que nos dan fisonomía y destino.

Cuando todo parece desbarrancarse -y no solo en la Argentina, no solo en América ¡y no solo afuera de nuestras fronteras!- nos resurge el deber de regresar a la fuente primera: el logos, el discurrir, el sentir y el pensar sin fronteras y con orden.

Es que todos los desafíos interpelan, a cada instante, las ideas desde las cuales vivimos.

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