Vuelto al llano, le corresponde al Partido Nacional asumir una enorme responsabilidad por tratarse del segundo partido más grande y la punta de lanza de una frágil Coalición, obligada a sobrevivir. Sobre este punto quiere extenderme en el ciclo de reflexiones “del día después”, que vengo haciendo semana a semana.
Desde que regresó la democracia, el Partido Nacional logró que dos figuras relevantes llegaran a la Presidencia y lideró una coalición eficiente y necesaria. Hoy es un partido que sabe tanto gobernar como moverse en el llano, que aprendió que su rol no es solo enfrentar al partido hegemónico, como hizo en un pasado cercano, sino también jugar con sofisticado estilo político. Pero no termina de darse cuenta de que es así.
Aquello de que los blancos solo sabían luchar desde “las cuchillas” y se regodeaban en sus disputas internas, ya pasó. Esa modalidad, por momentos suicida, deberá ser parte de sus leyendas, sabiendo que ahora el juego es distinto. Lo mostró en el ejercicio de un gobierno que puso buenos ministros, tomó sabias decisiones en épocas de emergencia, mantuvo su aplomo en las difíciles y logró una positiva evaluación.
Para seguir así debe asentarse como un partido con liderazgos modernos, estructuras bien montadas, una moderada dosis de disciplina y visión de futuro. Evocar el pasado mueve necesarias emociones, pero mirar al futuro trae los votos para hacer lo que el país necesita.
Ese modo “viejo” de ser afectó a su votación el año pasado. ¿Cómo se explica que, habiendo sido un gobierno que trabajó en favor del interior, justo ahí la votación flaqueara? Hay blancos que en su postura seudointransigente, resuelven rencores internos al precio de una mala elección.
El Partido Nacional arranca con una ventaja que es el innegable liderazgo de Luis Lacalle Pou. Un liderazgo que lo llevó al gobierno, lo consolidó en la presidencia y ahora enfrenta esta nueva etapa de aglutinar fuerzas desde el llano para volver en 2029.
El atractivo de Lacalle está en su empatía y su personal estilo de conducir. Lidera su partido y también el de la Coalición. Pero necesita a ambos como sustento. Su influencia personal es poderosa, pero no puede prescindir de su partido. No ejerce un liderazgo conceptual al estilo de sus antecesores. Pero, si se analizan sus discursos y se los contrasta con cómo establece prioridades y acciones, hay una expresión coherente y muy interesante en su modo de visualizar el país.
¿Qué pasará una vez que deje el gobierno? Lacalle deberá tomar distancia y alejarse por un período; sacarse “el polvo del camino” para luego, más despejado, encarar el paso siguiente.
Quienes deberán ajustarse son los demás referentes partidarios. Hay una distancia grande entre la talla de Lacalle y la de casi todo el resto de los dirigentes. Eso no es saludable. Durante el gobierno, eso no se vio porque los blancos que conformaron el gabinete eran figuras de peso: Azucena Arbeleche, Omar Paganini, Pablo da Silveira, Javier García, José Luis Falero, entre otros. No así, Francisco Bustillo. Asimismo, Daniel Salinas y Pablo Mieres, se sumaron a ese robusto elenco como socios de la Coalición provenientes de otros partidos.
Si bien sólidos y eficientes, con excepción de García que encabeza a un sector, los ministros blancos son parte del partido, pero no como líderes. Eso deja al descubierto una segunda línea de dirigentes que mostró ser floja, con la excepción de unos pocos legisladores como fue el caso de Jorge Gandini.
Al volver al Senado, quizás Javier García, que votó muy bien, sea el indicado para la tarea de estructurar al partido y formar los nuevos dirigentes. La renovación en lenguaje, estilo y propuesta no puede quedar solo en Lacalle Pou. Todo un partido debe encararla. Para eso, hay que dar espacio a las nuevas figuras, como Santiago Gutiérrez, un político joven, articulado y lúcido. Y hay que ser tenaces con la apuesta de Martín Lema a la comuna capitalina.
A su vez, aquellos sectores que marcaron una época, el herrerismo y el wilsonismo, hoy no tienen el mismo sentido. Herrera es clave para una forma de entender al país y Wilson lo es para concebir un modo de acción. Son referentes como lo son Oribe y Saravia. Pero el Partido Nacional está ante un país diferente y, por lo tanto, obligado a posicionarse de otra manera.
A veces son justamente los “blancos de pura cepa” los que en su pasión, por momentos nostálgica, frenan lo que debe ser dinámico.
Con la elección de 2019, el proceso iniciado en 1984 empezó a cerrarse. Se van los viejos líderes y llega el recambio. Lacalle Pou lo captó y desde otro ángulo, también Yamandú Orsi. Ahora en el llano, el Partido Nacional necesita consolidar la Coalición, entender que ser el mayor entre iguales exige responsabilidad y, más que nada, generosidad. Deberá afianzar este proceso por el cual pasa de ser el partido contestatario de las cuchillas a uno con un peso político complejo y sofisticado, necesario para los tiempos que vienen. ¿Será capaz de hacerlo?