Sebastián Da Silva
Algunas de las explicaciones sociológicas sobre la irrupción del fenómeno Mujica en el electorado nacional, son los diferentes nombres con que la academia denomina a la situación social del Uruguay. Algunos hablan de fragmentación, otros de reproducción de la pobreza y otros de una especie de adecuación latinoamericana de los indicadores de desarrollo, formación y esperanza que nuestros compatriotas más humildes padecen en forma cotidiana.
Nos marca una verdad incontrastable, que no es otra que la película de La Suiza de América ya fue y que vamos camino a compararnos con alguna nación centroamericana, de esas que producen las más deliciosas y frescas bananas para todo el mundo.
La cuestión es que aquella izquierda académica, de fermental debate universitario, de profunda raíz ideológica, pasamos a ésta que instaura la panacea del asistencialismo desde un ministerio creado para esta función, festeja la ambigüedad de como te digo una cosa te digo la otra y junta votos andando en bicicleta.
La astucia y la capacidad de metamorfosis de aquellos partidarios que antes leían Marcha y discutían los escritos de Frugoni, tiene su punto cúlmine que resume la patética realidad del Uruguay del siglo XXI: parte de la campaña del candidato oficial del Frente Amplio es repartir camisetas con la siguiente leyenda: "Soy desprolijo, voto al Pepe".
Esta sencilla síntesis, no inventada ni por la derecha, ni por los medios de prensa reaccionarios y conservadores, refleja la escala de valores de la máxima dirigencia oficialista que aspira a ser la encargada del destino nacional.
Ser desprolijo es algo inocuo, no existe una definición en el Diccionario de la Real Academia, surge como contradicción al adjetivo prolijo, que define a alguien como cuidadoso o esmerado. Para la cultura popular uruguaya, no es necesaria ninguna definición. Según las diferentes generaciones, se asociaba al desprolijo como a un individuo dejado, irresponsable, falto de aseo, hasta la creencia actual que lo ve como un individuo con cierta bohemia, que no se peina a la gomina, no usa camisa a rayas ni se calza con zapatitos de charol, que sus mayores virtudes son las de tener cierta apertura mental que conlleva a una sensibilidad social distinta a las denominadas posturas tradicionales.
En todo caso, antes y ahora, ser desprolijo no se asocia ni con el valor del esfuerzo como única vía de superación personal, ni con el trabajo como sinónimo de dignidad humana, ni con la educación como medio y fin de cualquier superación personal y mucho menos con el significado amplio de la palabra familia, eje y pilar fundamental de cualquier sociedad que se precie.
Como somos de los que creemos que la triste realidad social y económica del Uruguay no justifica un decaimiento en los valores que forjaron la construcción de este país, es que nos rebela que desde las más poderosas agrupaciones políticas que aspiran a gobernar a entre muchos otros a mis hijas, se utilice esta muletilla para marcar perfil electoral o hacerse pasar por más popular o populista.
Esto me motiva, y reafirma mi convencimiento de que hoy como ayer, el destino convoca al Partido Nacional para los momentos más cruciales de la vida de nuestro país. Y que por ello los blancos van a ganar.