Las sociedades occidentales actuales se basan en la mediatización digital y la recolección de datos, transformando cada aspecto de la vida humana en números y estadísticas. Empresas de redes sociales capturan nuestra atención y la monetizan, diseñando plataformas adictivas. Recientemente, ha crecido la preocupación por el impacto psicológico de estas redes, especialmente en adolescentes y niños.
En Ontario, Canadá, varias escuelas demandaron a Meta, TikTok y Snapchat por 4.500 millones de dólares. Alegan que las redes sociales, diseñadas para un uso compulsivo, han alterado la forma en que los niños piensan, se comportan y aprenden, generando una crisis de salud mental y aprendizaje. En EE.UU., el psicólogo Jonathan Haidt en su libro The Anxious Generation, sugiere varias medidas: imponer que las redes sociales se diseñen para que no sean adictivas, elevar a dieciséis años la edad mínima para abrir cuentas, verificar la edad de los usuarios, y excluir los teléfonos de las escuelas. También insta a los padres a retrasar la entrega de smartphones a sus hijos.
Una de las acepciones de la palabra “psique” es “alma”. Por lo tanto, las aplicaciones y redes sociales que nos hacen adictos y nos destruyen psicológicamente también nos destruyen el alma. Esto puede ser peor que lo físico por el hecho de que es un ataque contra nuestra condición de personas. Algunos dolores son terribles, pero podemos encontrar la fuerza para darles un sentido. La colonización del alma, sin embargo, nos animaliza al volvernos determinados por nuestro entorno. Los drogadictos que pululan en Montevideo son un ejemplo de esto; y la tecnología digital, como está diseñada, opera de forma similar al reclamar nuestra atención. Ortega y Gasset escribió en su obra “Dime lo que atiendes y te diré quién eres”, y si nuestra atención va de un reel o video insignificante a otro, entonces podemos reivindicar a Sartre en que somos nada.
La fuerza de voluntad para evitar el uso del teléfono escapa a la mayoría de los adultos, por lo que es aún más difícil para los niños y adolescentes, quienes no tienen la madurez para comprender y juzgar la realidad. Por mi parte, varias veces me veo maldiciéndome cuando estoy jugando con mi hija pero mi smartphone me convoca para ver algún titular de un diario que me es completamente irrelevante, o chequear los chats archivados de Whatsapp. El problema es que, al tener toda la información del mundo, comunicación y entretenimiento disponible en nuestros bolsillos instantáneamente, nosotros somos los que nos volvemos disponibles para el smartphone; somos sus órganos reproductivos.
En estos casos, ¿quién tiene agencia? ¿La persona o el aparato? Es una confirmación de una teoría sociológica llamada del “actor-red” propuesta por Bruno Latour: la tecnología suele actuar sobre nosotros incorporándonos a su lógica, y no viceversa. Entonces, es erróneo tratar a un smartphone como una mera herramienta para nuestros fines racionalmente elegidos; y, por cierto, ese juicio no es algo que se le pueda pedir a un niño o adolescente.
¿Por qué el uso de redes sociales es perjudicial para la psique o alma de las personas? Nietzsche predijo el problema fundamental de Occidente: la muerte de Dios. Al faltar referentes sociales trascendentes, nos replegamos hacia la subjetividad y compensamos ese vacío con imágenes ideales de nosotros que conducen, como describe Byung-Chul Han en sus libros, a la autoexplotación. De forma similar, Philip Rieff en su libro Triumph of the Therapeutic explicó que pasamos del hombre religioso que mira hacia afuera y busca ser salvado, al hombre psicológico que mira hacia adentro y busca autorealizarse. Las redes sociales son fuentes inagotables de imágenes que nos proponen ideales, y al mermar la esperanza en un reconocimiento trascendente en otro mundo, surge la búsqueda del reconocimiento de una audiencia mundana que las redes sociales catalizan.
Por algo es que han aumentado significativamente las dismorfias y cirugías plásticas para parecerse a los filtros de las cámaras. Es fácil ver cómo las subjetividades de niños y adolescentes son susceptibles a estas imágenes, y el porqué de las medidas regulatorias que propone Haidt o la demanda de las escuelas de Ontario. Es una lucha por el alma humana.
En conclusión, hay amplia evidencia científica que indica que el dejar de usar redes sociales tiene un impacto directo en los jóvenes disminuyendo la ansiedad y la depresión. Requiere de madurez usarlas como herramientas y que sean medios neutrales de nuestras intenciones. Por lo general, pasa lo contrario: nosotros somos usados por ellas. En un libro reciente, Data grab: the new colonialism of big tech and how to fight back, Nick Couldry y Ulises Mejías explican cómo el capitalismo basado en datos es una forma de neocolonialismo pero mucho más profunda y subrepticia. Consiste en la explotación históricamente inigualada de todo aspecto de las personas a través de las tecnologías digitales. Por eso es que una commodity muy importante es la atención, y hay que saber no dársela para que no nos quiten el alma.
* Doctor en Sociología por la Universidad de Carleton (Canadá) y director académico de la Licenciatura en Política, Filosofía y Economía de la Universidad de Montevideo.