Se suele decir en tono de chanza que en el Uruguay hay tres millones y medio de directores técnicos de fútbol; todos los uruguayos tienen su teoría sobre cómo debería jugar la selección o su cuadro favorito y lo sostienen en ardorosas discusiones los domingos de noche después de cada partido.
Algo parecido sucede con la política: pululan asesores espontáneos de campañas electorales que dictan cátedra en boliches y lugares de trabajo. Ejemplo de esto último es la cantidad de anotados para decirle o mandarle decir a Valeria Ripoll lo que tiene que hacer y cómo debe comportarse en el Partido Nacional. Gran parte de esas sugerencias, consejos e indicaciones operan en base al siguiente razonamiento: dado que ella conoce desde adentro al Frente Amplio ella es quien mejor puede exponer sus defectos, errores y vergüenzas. En realidad lo que quieren decir es que solo se va a ganar el lugar que le dieron si se dedica a criticar y zaherir todo el tiempo al Frente y con la mayor vehemencia. Espero que ella no haga caso.
El ejemplar del Domingo pasado de Perfil -prestigiosa publicación política argentina- incluía la columna semanal de Durán Barba, experto en campañas electorales y en el asesoramiento a candidatos presidenciales en Méjico, Brasil, Argentina, Ecuador; allí ese experto escribió lo siguiente: “El primer consejo que yo le doy a los candidatos que me consultan como asesor para las elecciones es: no te dediques a perseguir a los otros políticos: trata de servir a la gente. Pocas veces me han hecho caso”. Fin de la cita.
En el seno de las dos potencias políticas que en esta próxima elección compiten -el Frente Amplio y la Coalición Republicana- hay sectores o grupos que se han agredido recíprocamente desde el comienzo del período y que revuelven con pasión malsana los respectivos pasados, buscando como único botín el descrédito del rival. Ese estilo de contencioso autorreferido e hiriente atrae al periodismo pero le importa poco al Uruguay. Sobre todo es políticamente descartable.
La formulación que se elija importa mucho; las palabras cargan más significado del que aparece a primera vista. En el Frente Amplio hay quienes dicen que su objetivo es arrebatarle a la Coalición Republicana el gobierno que ellos perdieron hace cinco años. Los que están en el gobierno piensan más bien en las realizaciones de estos cinco años y cómo redondearlas. El estado de ánimo es de confianza en poder continuar lo empezado, las palabras apropiadas deben ser coherente con esto.
El discurso de los que ganaron hace cinco años -los que han cosechado aprobación en sucesivas instancias cruciales de esos años: la pandemia, la seca, la LUC- es prometer y comprometerse a seguir en esa línea, a continuar explicando sus sustentos políticos, a prolongar una labor empezada y continuar con el diálogo con la ciudadanía sobre la libertad responsable. Hay confianza para volver a ganar, no con presuntos votos arrancados al Frente mediante el vituperio (fundado o no) sino con la base de confianza ya establecida y asentada tanto ante propios como ante el ciudadano llamado independiente.
Digan lo que digan los DT vernáculos la tarea no es destructiva sino constructiva y el interlocutor no es el Frente Amplio sino el Uruguay.