Discursos de odio

Compartir esta noticia

El crecimiento y la complejidad de casos que involucran discursos de odio y discriminación, nos han forzado al desafío de buscar herramientas de análisis, instalar en el espacio público el tema y generar el debate social, con la esperanza de empezar a transformar nuestra cultura y ampliar nuestra visión. Situaciones que normalmente sucedían en medios de grande propagación, como redes sociales y prensa, fueron amplificados en discursos políticos, manifestaciones por alguna reivindicación sociocultural o inclusive en instancias más íntimas donde uno debería sentirse más seguro, como, por ejemplo, rondas de amigos o en el ámbito universitario.

En su Estrategia y Plan de Acción contra el discurso de odio, la ONU lo define “como cualquier tipo de comunicación que ataque o utilice un lenguaje discriminatorio con referencia a una persona o un grupo en función de su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, sexo u otro factor de identidad”. Algunas expresiones implican también en deslegitimar o deshumanizar a los integrantes de un grupo históricamente discriminado, tratando el mismo como amenaza.

¿Se debería aceptar la posibilidad de que discursos de odio sean tolerados en pro de la libertad de expresión? ¿Cómo ejercer con responsabilidad el derecho de libertad de expresión sin que el prójimo se sienta ofendido?

La libertad de expresión es un derecho fundamental que permite a los individuos expresar sus ideas, opiniones y creencias sin temor a represalias. Este derecho es esencial para el funcionamiento de una sociedad democrática, ya que fomenta el intercambio de ideas, la crítica constructiva y el progreso social. Sin embargo, la libertad de expresión no es absoluta; tiene límites para proteger otros derechos igualmente importantes, como la dignidad y la privacidad.

Al discutir con quienes piensan diferente, no solo tratamos de entenderlo y de aprender, sino también volvemos a pensar sobre nuestros propios argumentos. Por otro lado, Stuart Mill afirma en su publicación de 1859 que “ni la más libre discusión impide la tendencia de las opiniones a convertirse en sectarias; al contrario, suele suceder a menudo que ello lo acrece y exacerba”.

El prejuicio y la violencia suelen ir de la mano. Su materialización externa constituye la discriminación producto de verdades orientadas a la negatividad. El fenómeno es de mínimo complejo, algunos perciben como una actitud y otros como una opinión o juicio.

Habrá casos claros donde expresiones discriminatorias están ante el ejercicio consciente de un prejuicio, ya las expresiones discriminatorias invisibilizadas tienen la particularidad de haber sido tan difundidas y arraigadas en algunas culturas que lamentablemente pasaron a ser parte de la dialéctica diaria de ciertos sectores. Suponiendo que las personas que la reproducen no sean conscientes del significado simbólico detrás de sus dichos, queda cada vez más en evidencia la importancia de generar espacios de diálogo.

A veces no somos conscientes que la violencia verbal genera impacto negativo directo e indirecto al grupo o sujeto que se siente agredido. Daños psicológicos, como miedo o angustia, o daños que tienen como consecuencia que no sean reconocidos como iguales y merecedores de los mismos derechos que otros ciudadanos.

La propagación de estos tipos de discursos aumenta la probabilidad de que ocurran nuevos actos de violencia, aun así, algunas veces es difícil comprobar una relación de causa y consecuencia.

Por ello, la regulación adquiere gran relevancia; no obstante, en esta ocasión no abordaremos en detalle la legislación y normativa vigente.

Propongámonos el ejercicio de la “discusión ciudadana” para que tengamos la oportunidad de concientizarnos, creyendo que el ser humano evoluciona y que vivimos en una sociedad en constante desarrollo y que el intercambio, el debate y el diálogo con el que piensa diferente es fundamental para este proceso.

Mediante la implementación de estrategias concretas y orientadas al cambio, como la desarticulación de estructuras profundamente enraizadas, la toma de conciencia sobre el uso y abuso automático de ciertas actitudes y discursos, y la capacidad de cuestionar las ficciones impuestas por los medios masivos de comunicación, la búsqueda por reconfigurar roles estáticos y estigmatizados. Esto incluye empatizar con la riqueza que aporta la diversidad sociocultural, garantizar derechos fundamentales, esforzarse al máximo de manera consciente y persistente, reconsiderar cómo nombramos y bajo qué sesgos lo hacemos, y conectar con realidades que permitan un cambio de perspectiva, incorporando tanto las virtudes de las diferencias como las similitudes con nuestros semejantes.

Amplifiquemos instancias de diálogo con respeto, compartamos ideas, profundicemos experiencias, clarifiquemos con nuestros pares los límites, transformémonos en cuanto a entendimientos, concienticemos sobre nuestros valores y de los grupos a los cuales pertenecemos.

¿HASTA ACÁ LLEGAMOS? No. Sigue el proceso de construcción conjunta para una sociedad cada vez más inclusiva, libre de xenofobia y de cualquier forma de discriminación.

* Congreso Judío Latinoamericano.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar