Doble tic

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No deja de haber cierta ironía en el hecho de que a la campaña del doble tic la puedan comprometer unos mensajes de WhatsApp.

La peor pesadilla del oficialismo no es que un día amanezca la oposición con una idea brillante, una candidata que derroche simpatía o un candidato ajeno a la tibieza. Quizá por estos días su peor pesadilla duerma cada noche en la mesa de luz de vaya uno a saber cuántos.

La divulgación de chats del episodio Iturralde, insertos en la trama Penadés, le harán recordar a más de uno los escándalos por los WhatsApp vinculados al caso Astesiano y al pasaporte de Marset. Uno de los principales legisladores oficialistas está preso. El jefe de la custodia presidencial está preso. Renunciaron dos ministros, una subsecretaria y también uno de los principales asesores del presidente, que resucitó en la mesa chica del delfín del gobierno.

No se necesita ser erudito ni fiel seguidor de la política vernácula para advertir que una parte de la población, que con toda lógica tiene preocupaciones más importantes que los cruces políticos y los últimos escándalos, podría simplificar cuestiones complejas y quedarse con la sensación de que ya son demasiados los ejemplos de inoportunas coincidencias. Se acumulan los ampulosos inconvenientes.

Hay preguntas inevitables de respuesta incierta. ¿Qué se expondrá con la próxima y enésima filtración? ¿Cuántos asesores les recuerdan por estos días a los políticos que WhatsApp tiene una función que permite la eliminación automática de mensajes? Uno puede imaginar a más de uno comprensiblemente preocupado por lo que pueda llegar a divulgarse en un futuro. Una regla general para todo comportamiento en internet, y a todas luces útil para las personas públicas, es que si algo te va a incomodar o perjudicar en caso de que salga a la luz, mejor rever la decisión de enviar ese mensaje.

No deja de ser inquietante la facilidad con la que existen filtraciones en medio de una investigación judicial, pero no reside allí el pecado inicial. Siempre habrá alguien dispuesto a desenterrar tesoros de intercambios bochornosos entre figuras públicas. El torpe uso de WhatsApp por parte de algunos es una nueva manifestación de un viejo problema. Conversaciones que solían ser de pasillo y que ahora quedan guardadas en un teléfono.

No quedó bien parado el Partido Nacional ni las salidas públicas de sus dirigentes fueron de lo más auspiciosas. Algunas fueron sencillamente infelices. Aunque no esté claro cuántos votos se arriesga a perder el oficialismo cuando le ocurren cosas como estas, es evidente que sumar no suma ninguno.

A nadie puede desconcertar que una oposición intente aprovechar un traspié oficialista. De haberle pasado a ellos, serían los de la vereda de enfrente los que estarían poniendo el grito en el espacio. Recurrir a enumerar la lista de episodios escandalosos de gobiernos anteriores sirve para refrescar la memoria y para que nadie se jacte de impoluto, pero no parece ser la defensa más enjundiosa. ¿Es que cómo justificar lo injustificable?

Más allá de ello, no deja de ser preocupante que, en realidad, a nadie sorprenda del todo que desde el partido que sea se intente presionar a la justicia. O que se crea que se puede hacer. Las sospechas de partidización no son nuevas ni dejarán de existir. La crisis en fiscalía tiene varios progenitores, los intereses son variados y hay un dato incontrastable: nos acercamos a los 1.000 días sin Díaz, 33 meses sin un fiscal de Corte titular. Todo un síntoma de la disfunción.

Las futuras filtraciones de WhatsApp no serán, ni de cerca, la principal preocupación de los uruguayos. En última instancia, y tras los más recientes acontecimientos, es posible que haya consenso en algunos aspectos. La calidad de la política necesita mejorar. Aunque la institucionalidad siga funcionando, tampoco es necesario ponerla a prueba tan seguido. Tan preocupados estamos por cómo los menores usan el celular que nos solemos olvidar que más de una vez habría que sacárselo a los adultos.

Hasta el más acérrimo defensor del gobierno podría empezar a sospechar que la mejor carta de presentación para la oposición de cara a las elecciones sigue siendo el hábito de meterse goles en contra. Sobrevuela la campaña ese aire de que el que cometa menos errores terminará festejando la victoria. El otro se relamerá las heridas y ensayará una autocrítica para intentar determinar dónde y cuándo se perdió. Intentará que la autopsia le indique cuánto influyó esto y cuánto aquello. En caso de haber alternancia, en el examen habrá algún que otro capítulo dedicado a los escándalos de WhatsApp. No hay duda de eso.

Falta poco más de un mes para las internas y una vida para la elecciones de fondo. El oficialismo deberá manejarse con mayor esmero. Esta nueva crisis genera varios desafíos. Algún eterno optimista podrá ver incluso una oportunidad para ser aprovechada. Las próximas semanas dirán si esa aparente utopía tiene atisbos de realidad. El gobierno avanza con la mira puesta en el segundo piso, pero corre el riesgo de tropezarse con lo que le quedó guardado en el subsuelo.

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